lunes, 10 de abril de 2017

III ESTACIÓN. JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

III Estación. Jesús cae por primera vez bajo la cruz.

Te adoramos oh Cristo y te bendecimos porque con tu Santa Cruz has redimido al mundo.
Sin embargo, él ha cargado con nuestras dolencias, y nuestros dolores soportaba y nosotros lo tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Maltratado se dejó humillar y no abrió su boca; como un cordero era llevado al degüello, y como oveja muda ante los que la trasquilan tampoco él abrió la boca.(Is 53, 4-7) 
Hemos llegado al punto extremo de la encarnación del Verbo, pero es aún un punto muy bajo. Jesús cae bajo el peso de esta cruz; ¡un Dios que cae!. 
En esta caída Jesús da sentido al sufrimiento de los hombres, el sufrimiento por el hombre.

El sufrimiento para los seres humanos es a veces un absurdo presagio de muerte. Estas son situaciones de sufrimiento que parecen negar el amor de Dios. ¿Dónde está Dios en los campos de exterminio? ¿Dónde está Dios en las minas y en las fábricas en las que trabajan como esclavos los niños? ¿Dónde está Dios en los buques de la vergüenza que se hunden en el Mediterráneo? Jesús cae bajo el peso de la cruz, pero no queda aplastado.
Míralo, Cristo está allí, último entre los últimos, náufrago entre los náufragos. Pero aún así Dios es fiel a si mismo: fiel en el amor.
De los escritos del Padre Pío: Oh! hija dilectísima de Jesús, si estuviera en nuestras manos caeríamos siempre y siempre estaríamos de pie; por lo tanto sé humilde ante el dulce pensamiento de que estás en los divinos brazos de Jesús. (Ep II, lett.2 p 63)

Te rogamos, Señor, Por todos aquellas situaciones de sufrimiento que parecen no tener no tener sentido; por los Judíos que murieron en los campos de exterminio, por los cristianos asesinados por odio a la fé, por las victimas de cada persecución, por los niños esclavizados en el trabajo, por los inocentes que murieron en la guerra. 
Haznos comprender Señor, cuanta libertad y fuerza interior hay en esta revelación sin precedentes de tu divinidad tan humana, de caer bajo la cruz por los pecados del hombre, tan divinamente propicio a derrotar al mal que nos oprime.

Padrenuestro

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