viernes, 6 de enero de 2017

LOS NIÑOS SALVARÁN AL MUNDO

El Padre Pío de Pietrelcina dijo: «Los niños...los niños salvarán al mundo»

El deseo que Padre Pío tenía, de formar nidos de oración de niños deriva directamente del corazón de Jesús: «Dejen que los niños vengan a mí, no se los impidan, porque quien es como ellos pertenece al Reino de los cielos» (Lc 18,16)



Es el mismo concepto que expresó la Virgen en Fátima a tres niños, invitándoles a ofrecer la propia vida y a rezar el Rosario para obtener la paz en el mundo. La espiritualidad de Padre Pío es totalmente como la espiritualidad de Fátima: ofrecer la propia vida a Dios, Eucaristía y rezo del rosario.
Era natural, entonces, que conjuntamente a los grupos de oración de adultos, pidiera sus estrechos colaboradores los nidos de oración de niños.

En los primeros números de «La Casa Sollievo della Sofferenza», se encontraran trazas de estos esfuerzos en varias partes de Italia. La iniciativa del Dr. Guillermo Sanguinetti, se apagó junto con el en 1954.

En los años 60 el Siervo de Dios Padre Pío Dellepiane de los frailes menores, alma gemela de San Pío de Pietrelcina, con apoyo de la Marquesa Degli Oddi, comenzó a llevar grupos de niños de San Giovanni Rotondo al templo de los capuchinos, pero no pudo hacer mas debido a su precario estado de salud y a sus numerosos compromisos.
En 1972, le pidió al Padre Andrea D’Ascanio llevar a cabo este proyecto, y le dijo: «Es urgente….con expresión de dolor…. y demasiado tarde».

Padre Andrea recibió esa invitación de su Padre espiritual y nacieron así los primeros Nidos de Oración de la Armada Blanca, ahora difundidos en todo el mundo.


del Padre Andrea D’Ascanio OFM cap:

Fue la noche mas amarga y larga de mi vida, aquella del 24 de septiembre de 1968 transcurrida en San Giovanni Rotondo al lado del cuerpo de Padre Pío de Pietrelcina. Solo entonces comprendí lo vívidamente que el había entrado en mi existencia y sentí el sentimiento de pérdida de quien queda privado de su padre, de aquel padre.
Al final de la vigilia me encontré al lado de un religioso anciano, de mirada límpida y dulce casi frágil en el hábito oscuro de los frailes menores. Muy humilde en todos sus modos, podía esconder su fortísima personalidad tras de un porte de gentil señorío, mas allá de la cual era difícil penetrar. Solo el raro brillo de sus bellos ojos azules dejaba ver la osada mirada del águila en la humilde mirada de la paloma.
Cuando me dijo su nombre me recordé que me habían hablado de él. Y recordé la opinión que Padre Pío había dado sobre esta persona: «Padre Pío Dellepiane (de las llanuras)? ...¡no Padre Pio delle vette! (de las cimas mas altas)».
Solo después entendí que Padre Pio me había hecho el último regalo, el mas grande, no dejándome huérfano, sino dejándome en manos de otro Padre Pío, de otro como el.

Cuando de Rimini, Padre Pio Dellepiane fue transferido a Roma, como superior del convento de la Virgen de la Luz, tuve la oportunidad de encontrarme con el muy seguido. Queria que fuera su casa cada vez que estuviera en Roma y resultaba difícil negarse a su amable hospitalidad.
Casi en todos los encuentros se recordaba de los niños de Fátima y de lo que les había pedido la Virgen y volvía a hablar de la necesidad de que los niños rezaran y que formaran nidos de oración. Quiso que fuera con él a Fátima en Julio de 1972 a participar en la semana de espiritualidad organizada por algunos hijos espirituales de San Pío de Pietrelcina. Durante el viaje tomó el micrófono para pedirles a todos que hicieran rezar a los niños, aun siendo una persona esquiva.
Me invitó después a participar a una peregrinación con su grupo de oración de la Virgen de la Luz en Colevalenza al Santuario de Jesús Misericordioso realizado por Madre Esperanza. Ya en el autobús, tomó el micrófono y empezó nuevamente a hablar de la necesidad de formar nidos de oración, pero esta vez agregó una cosa nueva: «Los sacerdotes dijo, deben de poner a rezar a los niños». El único sacerdote era yo, y en son de broma le pregunté si no tenía algo contra mí, si no quería por curiosidad que yo me dedicara a este apostolado entre los pequeños, respondió con tono serio, decidido pero con una buena carga de amargura: «Es urgente, es necesario y es ya demasiado tarde».
Intuí en esas pocas palabras que resultaba inútil detenerme a preocuparme, a la incomodidad del profeta que no es escuchado, del santo que no es entendido.
Regresando a la localidad de Bagnella de Omegna, provincia de Novara en Italia, empecé a revisar todos los conocimientos bíblicos desde el punto de vista de esta nueva Luz. Me documenté sobre las últimas apariciones marianas en donde noté que los protagonistas son siempre los niños. Empecé a acercarme a algunos niños de primaria y a contarles sobre los acontecimientos de Fátima.
El entusiasmo con que los niños de cuarto de primaria de la hermana Stefania de Borgomanero, provincia de Novara, en Italia, aceptaron el mensaje de Fátima me acicateó a repetir el experimento donde quiera que se presentara la ocasión: en Táranto, en L’Aquila, Sulmona, Mafalda, Ischia, Torre de Passeri, Manduria. Donde quiera que los niños se adherían con su “si” generoso a la invitación de la Virgen, consagrándose a ella y rezando el Rosario.

La Virgen, siempre y en todos lados, La Virgen. Cuando le pregunté en los últimos momentos de su vida que nos dejara un pensamiento suyo, como un testamento dijo solo esta palabra: «La Virgen ... ».La misma herencia de Jesús agonizante, la misma de Padre Pío de Pietrelcina.
En la última misa que celebramos juntos el día de la Inmaculada, cuatro días antes de su muerte, en el momento del ofertorio le prometí que habría hecho todo lo posible por transmitir el mensaje de la Virgen a todos los niños del mundo, pero puse la condición de que él guiara, en mí, los pasos de la Armada Blanca de la Virgen. Los ojos se le iluminaron y en una sonrisa conmovida asintió con la cabeza varias veces. Sonrió también cundo le dijimos que en ese momento el Padre Victorio se encontraba en Giulianova (TE) para consagrar a 50 niños al corazón inmaculado de María y que poníamos en sus manos esos ”sí” para que los presentara a la Virgen en el momento de su entrada al cielo los llevase consigo. Todos los niños de “Los Nidos de Oración “ estaban allí alrededor de él, en ese cojín lleno de cándidos lirios y rosas blancas que un pequeño de cinco años le había traído desde Pescara, Italia. Expresión de su candor y de su amor.
Fue tan dulce esa última noche de vela, en que el pequeño Christian se había adormecido en los brazos de su madre al lado de su gran amigo. Vi en Chris a todos los niños del mundo que habrían acogido el regalo de Amor de Padre Pío: «La Virgen…amen a la Virgen…conságrense a la Virgen».

(De www.armatabianca.org)

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