SEPTIEMBRE
1 de septiembre
Abandona lo que
el enemigo insistentemente va soplando a tu alma, queriendo hacerte creer que
estás muy cerca de perderte. Desprecia esas maliciosas insinuaciones y vive
tranquila, porque el Señor está todavía mucho más contigo en las tribulaciones.
También la sagrada escritura nos asegura que un alma atribulada está unida a su
Dios: «Con ella estoy, dice Dios, en las tribulaciones». Ánimo, pues, y no
temas, porque es también cierto que el alma que teme perderse no se pierde, y
que la que combate mirando a Dios, cantará victoria, entonará el himno del
triunfo. No hay motivo para asustarse, mi Raffaelina, pues el Padre del cielo
nos ha prometido la ayuda necesaria para no ser vencidos por las tentaciones.
(10 de abril de
2 de septiembre
Cuando el
enemigo quiera abrir una brecha en tu corazón para tomarlo por asalto con ese
temor del pasado, piensa que el pasado ya quedó perdido en el océano de la
bondad del cielo; y, por tanto, concéntrate en el presente, en el que Jesús
está contigo y te ama; piensa en el futuro, cuando Jesús recompensará tu
fidelidad y resignación o, mejor, todas aquellas gracias que él te ha regalado
y te regala de continuo, de las que tú ciertamente no has abusado nunca
maliciosamente. Por tanto, querría rogarte que, en cuanto te sea posible
(porque a lo imposible nadie está obligado), depongas todo temor y mantengas
siempre la confianza, la fe, el amor.
Decía la virgen
sor Teresa del Niño Jesús: «¡Nosotros
seremos juzgados por el amor!». ¿Entonces?... Amemos a Jesús. Dejemos que
él actúe en nosotros como más le agrade, sabiendo que sus actuaciones están orientadas
siempre a su mayor gloria y a nuestra mayor santificación.
(8 de octubre de
3 de septiembre
Jesús quiere
agitarte, sacudirte, moverte y cribarte como al trigo, para que tu espíritu alcance
la limpieza y pureza que él desea. ¿Acaso se podría guardar el trigo en el
granero si no está limpio de toda clase de cizaña o de paja? ¿Puede acaso el
lino conservarse en el cajón del dueño si antes no se ha vuelto cándido? Y así
debe ser también en el alma elegida.
Comprendo que parezca
que las tentaciones más bien manchan que purifican el espíritu; pero, de ningún
modo es así. Escuchemos cuál es el lenguaje de los santos en relación a esto; y
a ti te baste saber lo que dice el gran san Francisco de Sales, que las
tentaciones son como el jabón que, desparramado sobre la ropa, parece
ensuciarla, pero en verdad la limpia.
(11 de abril de
4 de septiembre
No te deben
atemorizar las innumerables tentaciones que te asaltan de continuo, pues el
Espíritu Santo anuncia al alma devota que, si se decide a avanzar por los
caminos de Dios, debe disponerse y prepararse para la tentación. Por eso, ¡ánimo!,
que la prueba cierta e infalible de la elección de un alma para su perfección
es la tentación, en la que la pobrecita será puesta como signo de contradicción
en medio de la tempestad. Que nos anime a soportar la dificultad la vida de
todos los santos, que no estuvieron libres de esta prueba.
La tentación no
respeta a ningún elegido. Ni siquiera respetó al apóstol de las gentes, que,
después de haber sido arrebatado en vida al paraíso, fue tal la prueba a la que
se vio sometido, que satanás llegó a abofetearlo. ¡Dios mío!, ¡¿quién podrá
leer aquellas páginas sin sentir que se le hiela la sangre en las venas?!
¡Cuántas lágrimas, cuántos suspiros, cuántos gemidos, cuántas súplicas, no
elevaba este santo apóstol, pidiendo al Señor que retirara de él esta
dolorosísima prueba! ¿Y cuál fue la respuesta de Jesús? No otra sino ésta: «Te basta mi gracia... », «la virtud se
perfecciona en la enfermedad, en la prueba».
(4 de septiembre de
5 de septiembre
¡Ánimo! Jesús,
por medio de quien ha elegido por tu guía, también a ti te dirige la misma voz
que hizo oír a san Pablo. Combate como valiente y obtendrás el premio de las
almas fuertes. No te abandones nunca a ti misma. En los momentos en los que la
lucha es más dura y el abatimiento más fuerte, recurre a la oración; confía en
Dios y no sucumbirás nunca a la tentación. Has de saber que, si el Señor te
pone a prueba, nunca permitirá que ésta sea superior a tus fuerzas. Si te
desprecia el mundo, alégrate, porque el primer odio lo soportó el autor de la
vida, el divino Maestro. Si vives atribulada y afligida por toda clase de
privaciones, de tentaciones y de pruebas por parte del demonio y de sus
secuaces, levanta la mirada a lo alto, anímate; el Señor está contigo y no hay
lugar para el temor.
El enemigo te
hace la guerra, pero nunca podrá morderte. Lucha como valiente; lucha siempre
contra los apetitos de la carne, contra las vanidades del mundo, contra las seducciones
del oro y de los honores, con los que el demonio te tienta de continuo. Es cierto
que el combate es terrible y penosa la lucha; pero, ¡arriba los corazones!; ten
fija la mirada en lo alto; que te estimulen el mérito del triunfo, el consuelo
inefable, la gloria inmortal que con esto damos a Dios.
(4 de septiembre de
6 de septiembre
Mi estado
actual, padre mío, deja mucho que desear; me siento muy abatido. Veo que las
cruces se suman a las cruces, los dolores a los dolores, y no podría tenerme en
pie si la inmediata intervención del Padre del cielo no me sostuviera con su
brazo omnipotente.
Al malestar
físico se van añadiendo las duras luchas del espíritu. Nubes oscurísimas son
cada día más densas en el cielo de mi pobre alma. Jesús está siempre conmigo,
es cierto; pero ¡qué dolorosa, padre mío, es la prueba que somete al alma al
peligro de ofender al esposo divino! Pero, ¡viva siempre Dios! La esperanza de
vencer y salir victorioso y la decisión de seguir combatiendo no se me debilitan
nunca.
(7 de septiembre de 1914, al P.
Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 582)
7 de septiembre
Sean dadas
infinitas gracias al piadoso Jesús por haber enjugado las lágrimas de su
Iglesia y haber consolado la viudez de ésta enviándole su jefe, y porque todo
se ha desarrollado según el corazón de Dios. Deseemos al nuevo pontífice que
sea de verdad un digno sucesor del gran papa que ha sido Pío X. Alma
verdaderamente noble y santa, que Roma nunca tuvo otra igual.
Hombre del
pueblo, nunca disimuló su condición humilde. Fue en verdad el pastor
supremamente bueno, el rey extremadamente pacífico, el dulce y misericordioso
Jesús en la tierra. Oh, nosotros recordaremos al pontífice bueno, más por tener
un intercesor ante el Altísimo que para elevar al cielo nuestra plegaria
fervorosa por el descanso eterno de su alma santa.
Él ha sido la
primera, mayor y más inocente víctima de la guerra fratricida que nos ensordece
con armas y soldados, y que llena de terror a Europa entera. No pudo resistir
más el desencadenamiento de la temible tempestad; y su corazón, que había sido durante
toda su vida fuente de un apostolado de paz para todo el mundo, se rompió en un
estallido de dolor.
No hay duda de
que él se ha ido de este mundo únicamente por el gran amor que le abrasaba el
pecho.
Oremos, padre
mío, por el cese de las hostilidades; desarmemos el brazo del divino juez,
justamente airado contra las naciones, que nada quieren saber de la ley de
amor.
(7 de septiembre de 1914, al P.
Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 582)
8 de septiembre
Ayer tarde me
sucedió algo que yo no sé ni explicar ni comprender. En medio de la palma de
las manos ha aparecido un poco de rojo, de casi la forma de un céntimo,
acompañado también de un fuerte y agudo dolor en medio de ese poco de rojo.
Este dolor era más sensible en medio de la mano izquierda, tanto que dura
todavía. También en las plantas de los pies advierto un poco de dolor.
Este fenómeno
hace ya casi un año que se va repitiendo, aunque ahora hace ya algún tiempo que
no me sucedía. Pero no se enfade si se lo digo ahora por primera vez; porque me
he dejado vencer por esa maldita vergüenza. ¡Y si supiera la violencia que he
tenido que hacerme para decírselo ahora! Muchas cosas tendría para decirle,
pero me faltan las palabras; sólo le digo que, cuando me hallo con Jesús
sacramentado, los latidos del corazón son muy fuertes. A veces me parece que
quiere salirse del pecho.
En el altar, con
frecuencia siento un ardor tal en toda la persona que no puedo describírselo. Me
parece que sobre todo el rostro quiere convertirse todo él en fuego. Qué señales
son éstas, padre mío, lo ignoro.
(8 de septiembre de 1911, al P.
Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 233)
9 de septiembre
Vive
totalmente en Dios; y, por el amor que esto te reporta, acéptate pacientemente
a ti misma con todas tus miserias. Recuerda que el ser buenos siervos de Dios
no implica estar siempre contentos, siempre en la dulzura, sin aversión ni
repugnancia alguna al bien; porque, si eso fuera verdad, ni santa Catalina de
Siena, ni santa Teresa, ni san Pablo habrían servido bien al Señor.
El
ser buenos siervos de Dios comporta, por el contrario, ser caritativos con el
prójimo, tener en la parte superior del espíritu un propósito inquebrantable de
realizar la voluntad de Dios, tener una profunda humildad y simplicidad para
entregarse a Dios y levantarse tantas veces cuantas se ha caído; aceptarse a sí
mismo en las propias limitaciones y caídas, y soportar con paz a los otros en
sus imperfecciones.
(4 de agosto de
10 de septiembre
El
amor propio no muere nunca antes que nosotros. Mientras vivimos en este bajo
mundo, hay que sufrir de continuo sus asaltos sensibles y sus secretas actuaciones;
nos baste la gracia de Dios para saber que no consentimos con voluntad
deliberada. Esta virtud de la indiferencia es tan excelente que ni el hombre
viejo, es decir, el hombre sometido al pecado, ni la parte sensible, ni la
naturaleza humana con sus facultades naturales, han sido capaces nunca de
conseguirla. Ni el mismo Hijo de Dios, como hijo de Adán, y aunque exento de
pecado y de todas las apariencias de pecado, fue indiferente del todo en la
parte sensible y en sus facultades naturales. También él manifestó a los
apóstoles que su alma estaba llena de tristeza; también él buscaba consuelo;
también él deseaba no morir; en una palabra, también él quiso experimentar todo
lo que era efecto de la naturaleza humana. Quiso, sin embargo, practicar la
indiferencia; y también nosotros, siguiendo su ejemplo, cuando nos lleguen las
pruebas y tengamos que llevar la cruz, hemos de procurar practicarla en el
espíritu, en la parte superior, en las facultades poseídas por la gracia.
Ánimo,
pues, mi queridísima hija; vive totalmente en nuestro Señor y estate tranquila.
Cuando te suceda que has quebrantado las exigencias de la indiferencia en cosas
indiferentes, por súbitos arrebatos del amor propio y de nuestras pasiones, en
cuanto te sea posible, postra tu corazón ante Jesús y dile con toda confianza y
humildad: «Señor, misericordia, que soy
débil». Después, levántate en paz y tranquilízate, y con santa indiferencia
prosigue tus actividades.
Es
necesario comportarse en esas situaciones como se comporta un violinista. Cuando
el pobrecito advierte una nota desafinada, no rompe la cuerda o deja el violín,
sino que enseguida acerca la oreja para descubrir la causa del fallo; y,
después, con paciencia, según convenga, estira o afloja ligeramente la cuerda.
Pues
bien, actúa tú del mismo modo. No te impacientes por los errores cometidos ni
quieras romper la cuerda cuando adviertas algo irregular, sino sé paciente;
humíllate ante Dios; estira o afloja dulcemente la cuerda de tu corazón ante el
Músico celeste, para que él pueda poner a punto lo dañado.
(22 de noviembre de
11 de septiembre
Cuando
asistas a la santa misa y a las funciones sagradas, que sea esmerada tu
compostura al levantarte, al arrodillarte, al sentarte; y realiza con la mayor
devoción todas las prácticas religiosas. Sé modesta en las miradas; no mires a
un lado y a otro para ver quién entra o quién sale; no te rías, por respeto al
lugar santo y también en atención al que está a tu lado; procura no hablar con
nadie a no ser que la caridad o una verdadera necesidad te lo exijan. Si rezas
en común, pronuncia distintamente las palabras de la oración, haz bien las
pausas y no te apresures nunca.
En
resumen, pórtate de modo que los asistentes queden edificados y, por medio de
ti, se vean estimulados a glorificar y a amar al Padre del cielo.
Al
salir de la iglesia, ten una actitud recogida y tranquila. Saluda primero a
Jesús sacramentado, pídele perdón por las faltas cometidas en su divina
presencia, y no te alejes de él sin haberle pedido antes y haber obtenido su
paterna bendición.
(25 de julio de
12 de septiembre
Santidad,
aprovecho Vuestro encuentro con los padres Capitulares para unirme
espiritualmente a mis hermanos y depositar humildemente a Vuestros pies mi
obsequio afectuoso y mi total devoción a Su Augusta Persona, en un acto de fe,
amor y obediencia a la dignidad de aquel a quien representáis en la tierra.
Sé
que Vuestro corazón sufre mucho en estos días por la suerte que corre
Os
ofrezco mi oración y mi sufrimiento de cada día, como sencillo pero sincero
recuerdo del último de Vuestros hijos, a fin de que el Señor Os conforte con su
gracia, para continuar el recto y fatigoso camino, en la defensa de la verdad
eterna, que nunca cambia con el mudar de los tiempos.
Os
agradezco, también en nombre de mis hijos espirituales y de los «Grupos de
oración» la palabra clara y definitiva que habéis dicho, especialmente en la
última encíclica Humanae Vitae; y
reafirmo mi fe y mi obediencia incondicional a Vuestras iluminadas
orientaciones.
Quiera
el Señor conceder el triunfo a la verdad, la paz a su Iglesia, la tranquilidad
a las naciones de la tierra, salud y prosperidad a Vuestra Santidad, para que,
disipadas estas nubes pasajeras, el reino de Dios triunfe en todos los
corazones, gracias a Vuestra acción apostólica de supremo Pastor de toda la
cristiandad.
(12 de septiembre de 1968, al
Papa Pablo VI – Ep. IV, p. 12)
13 de septiembre
Dios nos manda
que le amemos, no en la medida y el modo que él se merece, porque sabe bien
hasta dónde llega nuestra capacidad, y nunca nos manda o nos pide lo que no
podemos hacer; pero nos manda que le amemos, según nuestras posibilidades, con
toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todo nuestro corazón. Pues bien, ¿tú no te esfuerzas por hacer todo
esto? Y, si no lo consigues, ¿por qué lamentarte?, ¿por qué angustiarte? Dios
conoce muy bien nuestra intención, que es recta, que es santa ante él. Dios
sabe muy bien el motivo por el que permite que tantos buenos deseos no lleguen
a ser realidad sino después de mucho esfuerzo, y que algunos no lo consigan
nunca. Pues, ni siquiera en estos casos, hay motivo para afligirse vanamente,
porque siempre hay ganancia y provecho para el alma, porque, aunque sólo se
consiguiera el fruto de la mortificación de las almas, ya sería gran cosa.
(3 de junio de
14 de septiembre
Ruega para que
este Amante divino, este amado Esposo de nuestras almas, complete la obra de
gracia que ha comenzado en mí, pobrecito. En mí, su pobre y mezquina criatura,
a quien, desde el nacimiento, ha dado pruebas de una predilección
especialísima; me ha demostrado que él, no sólo habría sido mi salvador, mi
sumo bienhechor, sino también el amigo devoto, sincero y fiel, el amigo de
corazón, el eterno e infinito amor, el consuelo, la alegría, el alivio, todo mi
tesoro.
Y yo, ¡ay!,
entre tanto, quizás inocente e inconscientemente, orientaba mi corazón, siempre
abrasado de amor por el Todo y por todo, a las criaturas que me eran
placenteras y agradables. Él, que siempre ha velado por mí, me reprendía
internamente; me reprochaba, paternamente, dulcemente sí, pero era el reproche
que escuchaba el alma.
(Noviembre de
15 de septiembre
Una voz triste
pero dulcísima sonaba en mi pobre corazón; era el aviso del padre amoroso que
dibujaba en la mente de su hijo los peligros que habría de encontrar en la
lucha de la vida; era la voz del padre bondadoso que quería el corazón del hijo
alejado de aquellos amores infantiles inocentes; era la voz del padre amoroso
que susurraba a los oídos y al corazón del hijo que se apartara del todo de la
arcilla, del fango, y que celosamente le pedía que se consagrara totalmente a
él.
Apasionadamente,
con suspiros amorosos, con gemidos inenarrables, con palabras dulces y suaves,
lo llamaba a sí, quería hacerlo todo suyo.
Más aún, casi
celoso del hijo, permitía con frecuencia que la criatura, hija de la tierra y
del fango, diera coces y lanzara golpes inmerecidos al hijo que él amaba con
tanta ternura y afecto; y que éste comprendiera hasta qué punto había sido
falaz y engañoso el amor que, inocente e infantilmente, daba a las criaturas…
Entonces yo, el
hijo ingrato, lo comprendía todo y contemplaba claramente el cuadro terrible y
espantoso que él, en su infinita misericordia, me presentaba; cuadro en verdad
desalentador, que habría hecho temblar y asustarse a las almas más probadas.
Al percibir
aquellas inmundicias, aquellas miserias, yo invocaba enseguida los santísimos
nombres de Jesús y de María, llamando con angustia al buen padre para que
viniera en mi ayuda. Y he ahí que enseguida, en respuesta a mi llamada, él se
me presentaba; y, viendo que yo me esforzaba por alejar de mí aquel funesto
cuadro, parecía que sonriera, parecía que me invitara a otra vida, me hacía
comprender que el puerto seguro, el refugio de paz para mí era el ejército de
la milicia eclesiástica.
(Noviembre de
16 de septiembre
¿Dónde, Señor,
podré servirte mejor que en el claustro y bajo el estandarte del Pobrecillo de
Asís? Y él, viendo mi turbación, sonreía, sonreía por largo tiempo; y esta
sonrisa dejaba en mi corazón una dulzura inefable; a veces lo sentía verdaderamente
a mi lado, me parecía ver su sombra; y mi carne, todo mi ser, se alegraba en su
Salvador, en su Dios.
Y yo entonces
sentía dos fuerzas dentro de mí, que luchaban entre sí y que laceraban el
corazón. El mundo, que me quería para sí, y Dios, que me llamaba a una vida
nueva. ¡Dios mío!, ¿quién podrá manifestar ahora aquel martirio interno que tenía
lugar en mí?
El solo recuerdo
de aquella lucha intestina, que se daba entonces dentro de mí, hace que se me
hiele la sangre en las venas, y eso que han pasado ya, o están para pasar,
veinte años.
¡Sentía la voz
del deber de obedecerte a ti, Dios verdadero y bueno!; pero los enemigos tuyos
y míos me tiranizaban, me dislocaban los huesos, me escarnecían y me contorcían
las vísceras!
Quería
obedecerte a ti, mi Dios, mi Esposo. Éste era siempre el sentimiento que primaba
en mi mente y en mi corazón; pero ¿dónde reunir las fuerzas que pudieran
aplastar, con pie firme y decidido, primero los falsos halagos y después la
tiranía de un mundo que no es tuyo?
(Noviembre de
17 de septiembre
¡Tú lo sabes,
Señor: las amargas lágrimas que yo derramaba delante de ti en aquellos días
luctuosísimos! Tú lo sabes, Dios de mi alma: los gemidos de mi corazón, las
lágrimas que bajaban de estos ojos. Tú tenías la prueba incontestable de aquellas
lágrimas y de lo que expresaban, de almohadas que quedaban empapadas. Deseaba y
siempre quería obedecerte, pero la vida me capturaba. Quería morir antes que
dejar de responder a tu llamada.
Pero tú, Señor,
que hiciste experimentar a tu hijo todos los efectos de un verdadero abandono,
te levantaste al fin, me extendiste tu mano poderosa y me llevaste al lugar a
donde ya anteriormente me habías llamado. Te sean dadas, Dios mío, infinitas
alabanzas y acciones de gracias.
Tú aquí me
escondiste a los ojos de todos; pero ya desde entonces habías confiado a tu
hijo una misión grandísima, misión que sólo por ti y por mí es conocida. ¡Dios
mío, Padre mío!, ¡¿cómo he correspondido a esta misión?!
No lo sé. Pero sé
solamente que quizás debía haber hecho más, y éste es el motivo de la actual
inquietud de mi corazón.
Inquietud que
siento que se va agigantando dentro de mí en estos días de retiro espiritual.
(Noviembre de
18 de septiembre
Levántate, pues,
Señor, una vez más y líbrame ante todo de mí mismo; y no permitas que se pierda
aquel a quien con tanto cuidado y urgencia has vuelto a llamar y has arrancado
de un mundo que no es tuyo. Levántate, pues, Señor, una vez más y confirma en
tu gracia a los que me has confiado; y no permitas que ninguno llegue a
perderse abandonando el redil.
¡Oh Dios, oh
Dios!... no permitas que se pierda tu heredad. ¡Oh Dios!, manifiéstate cada vez
más a mi pobre corazón y completa en mí la obra que ya has comenzado.
Oigo en mi interior
una voz que de continuo me grita: Santifícate y santifica. Pues, bien,
queridísima mía, yo lo quiero, pero no sé por dónde comenzar.
Ayúdame también
tú; sé que Jesús te quiere mucho y tú lo mereces. Háblale, pues, de mí; que me
conceda la gracia de ser un hijo menos indigno de san Francisco; que pueda ser
ejemplo para mis hermanos, de modo que el fervor continúe siempre en mí y
crezca cada día más, para hacer de mí un perfecto capuchino.
(Noviembre de
19 de septiembre
A mí me parece
que el alma, cuanto más rica se ve, más motivos tiene para humillarse ante el
Señor, porque los dones del Señor aumentan y ella no podrá nunca complacer
plenamente al dador de todo bien. Y, además, tú en particular, ¿de qué te
glorías? ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si todo lo que tienes lo has
recibido, ¿de qué te glorías, casi como si fuera algo tuyo?
Oh, repítete a
ti misma cuando el tentador quiera conseguir que te engrías: todo lo que en mí
hay de bueno lo he recibido de Dios en préstamo; gloriarme de lo que no es mío
sería una estupidez. Haz de este modo y no temas.
(30 de enero de
20 de septiembre
Era la mañana
del 20 del pasado mes de septiembre, estando en el coro después de la
celebración de la santa misa, cuando me sentí invadido por un reposo semejante
a un dulce sueño. Todos los sentidos, internos y externos, y las mismas
facultades del alma, se encontraron en una quietud indescriptible. En todo esto
reinaba un total silencio en torno a mí y dentro de mí; estando así, de pronto
se hizo presente una gran paz y abandono a la completa privación de todo,
aceptando la propia destrucción. Todo esto fue instantáneo, como un relámpago.
Y mientras
acaecía todo esto, me vi delante de un misterioso personaje, semejante a aquél
visto la tarde del 5 de agosto, con la sola diferencia de que en éste las manos
y los pies y el costado manaban sangre.
Su vista me
aterrorizó; lo que yo sentía en mí en aquel instante, me resulta imposible
decírselo. Me sentía morir, y habría muerto si el Señor no hubiera intervenido
para sostener el corazón, que yo sentía que se me escapaba del pecho.
Se
retira la vista del personaje y yo me vi con que manos, pies y costado estaban
atravesados y manaban sangre. Imagine el desgarro que experimenté entonces y
que voy experimentando continuamente casi todos los días.
La
herida del corazón mana sangre continuamente, sobre todo del jueves por la
tarde hasta el sábado. Padre mío, yo muero de dolor por el desgarramiento y la
confusión subsiguiente que sufro en lo íntimo del alma. Temo morir desangrado,
si el Señor no escucha los gemidos de mi corazón y no retira de mí esta
operación. ¿Me concederá esta gracia Jesús, que es tan bueno?
¿Me
quitará, al menos, esta confusión que yo experimento por estos signos externos?
Alzaré fuerte mi voz a él y no cesaré de conjurarle, para que por su
misericordia retire de mí, no el desgarro, no el dolor, porque lo veo imposible
y siento que él me quiere embriagar de dolor, sino estos signos externos, que
son para mí de una confusión y de una humillación indescriptible e
insostenible.
(22 de octubre de 1918, al P.
Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 1092)
21 de septiembre
El conocimiento de
tu indignidad y de tu monstruosidad interior es una luz purísima de la
divinidad, que pone a tu consideración tu ser y la capacidad de cometer toda
clase de delitos si te falta la gracia. Esta luz es un gran regalo de la
misericordia divina, y fue concedida a los santos más excelsos, porque pone al
alma a cubierto de todo sentimiento de vanidad y de orgullo y fortalece la
humildad, que es el fundamento de la auténtica virtud y perfección cristiana.
Santa Teresa tuvo también este conocimiento, y dice que es tan doloroso y
horrible como para causar la muerte, si el Señor no sostiene el corazón.
El conocimiento
de la indignidad potencial no se debe confundir con el de la indignidad actual.
El primero hace a la criatura aceptable y grata a los ojos del Altísimo; el
segundo la vuelve detestable, porque es el reflejo de la iniquidad presente en
la conciencia. Tú, en la oscuridad en que te encuentras, confundes el primero
con el segundo, y, del conocimiento de lo que podrías ser, temes que ya eres
aquello que en ti es sólo una posibilidad.
(20 de marzo de
22 de septiembre
Jesús
se complace en comunicarse a las almas sencillas; esforcémonos por adquirir
esta hermosa virtud, tengámosla en gran aprecio. Jesús dijo: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en
el reino de los cielos». Pero antes de enseñarnos esto con palabras, lo
había practicado él mismo con los hechos. Se hizo niño y nos dio ejemplo de
aquella sencillez que después enseñó también con palabras. Desterremos de
nuestro corazón la prudencia humana, teniéndola muy lejos del mismo.
Esforcémonos por tener siempre una mente pura en sus pensamientos, recta en sus
ideas, siempre santa en sus intenciones.
Mantengamos
siempre una voluntad que no busque otra cosa que a Dios y su gloria. Si nos
esforzamos por avanzar en esta hermosa virtud, el que nos la enseñó nos
enriquecerá siempre con nuevas luces y con mayores dones celestiales.
Tengamos
siempre ante los ojos de la mente nuestra condición de sacerdotes y, hasta que
no lleguemos a decir con san Pablo a todos, sin miedo a mentirles: «Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo»,
no dejemos de progresar continuamente en esta hermosa virtud de la sencillez.
Pero
no daremos un solo paso en esta virtud, si no intentamos vivir en una paz santa
e inalterable. Dulce es el yugo de Jesús, su peso ligero; por eso, no dejemos
al enemigo que se insinúe a nuestro corazón para arrebatarnos esta paz.
(10 de julio de 1915, al P.
Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 606)
23 de septiembre
La paz es la
sencillez del espíritu, la serenidad de la mente, la tranquilidad del alma, el
vínculo del amor. La paz es el orden, es la armonía entre todos nosotros; es un
gozo continuo, que nace del testimonio de la buena conciencia; es la alegría
santa del corazón, en el que reina Dios. La paz es camino hacia la perfección,
más aún en la paz se halla la perfección; y el demonio, que sabe muy bien todo
esto, pone todos los medios para arrebatarnos la paz.
Estemos muy
alerta ante el más mínimo síntoma de inquietud; y, en cuanto nos demos cuenta
de que estamos para caer en el desánimo, acudamos a Dios con filial confianza y
con un total abandono en él.
Todos nuestros
desánimos desagradan mucho a Jesús, ya que tales desánimos nunca dejan de ir
acompañados de alguna imperfección y siempre tienen su origen en el egoísmo y
en el amor propio.
(10 de julio de 1915, al P.
Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 606)
24 de septiembre
De una sola cosa
debe entristecerse el alma, de la ofensa hecha a Dios; y también en este punto
hay que ser muy cautos. Debemos entristecernos sí por nuestras faltas, pero con
un dolor que no nos quite la paz, confiando siempre en la misericordia divina.
Guardémonos
además de ciertos reproches y remordimientos contra nosotros mismos, pues estos
reproches casi siempre provienen del enemigo para perturbar nuestra paz en
Dios.
Si tales
reproches y remordimientos nos humillan y nos hacen diligentes en obrar el
bien, sin quitarnos la confianza en Dios, tengamos por seguro que nos vienen de
Dios. Pero si nos confunden y nos vuelven temerosos, desconfiados, perezosos y
lentos para el bien, tengamos por seguro que nos vienen del demonio; y, como
tales, rechacémoslos, avivando la confianza en Dios.
De este modo,
manteniendo nuestro ánimo sereno y en paz en las dificultades, avanzaremos
mucho en los caminos del Señor; por el contrario, si perdemos esta paz, nuestro
esfuerzo por alcanzar la vida eterna conseguirá poco o ningún fruto.
(10 de julio de 1915, al P.
Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 606)
25 de septiembre
Las sombras que
invaden tu espíritu no son otra cosa que efecto de la luz refleja que se aleja
de tu alma. Pero el Señor ha hecho que a esa luz refleja suceda otra luz mucho
más viva e intensa; y esta luz no es distinta o, mejor, es la misma que un día
debe unir en matrimonio celeste a la criatura con su creador.
No debe
maravillarte si esta altísima luz produce efectos diversos y, estoy por decir,
casi contradictorios, porque no depende de las distintas disposiciones y de los
distintos estados del alma en la que esto se está realizando. En un primer
momento, esta luz penetra en el alma y la deja en un estado de sufrimiento,
porque descubre manchas que ella jamás había visto; y sólo allá arriba habría
visto las que ve también ahora.
Muchos son los
motivos por los que el alma se encuentra así de apenada; pero, de entre ellos,
sobresale uno que es el que más atormenta a esta predilecta de Dios. El alma,
apenas es traspasada por esta luz altísima, ve a Dios, no ya como padre
amoroso, sino como juez rigurosísimo. Y, lejos de ser acusada por Dios, ella
misma, toda llena de terror, se inculpa a sí misma, única y sola causante de
tan gran desventura.
(Marzo de
26 de septiembre
Esta alma, tan
encendida de Dios, en absoluto se reconoce como tal. Cree que no ama a Dios, y,
por mucho que la pobrecita se esfuerce por amarlo, le parece que el Señor, no
sólo no acepta su amor, sino que incluso lo rechaza. De aquí surge en su
corazón el pleno convencimiento de que será rechazada por Dios para siempre,
sin esperanza alguna de que él regrese al alma.
Con todo, a
pesar de este convencimiento, el alma no desespera; son más insistentes los
clamores que eleva al cielo; su golpear a la puerta del huésped divino es
continuo, incluso estando convencida de que jamás le será abierta esa puerta,
de que el cielo jamás extenderá su reinado sobre ella.
¡Pobrecita!
¡¿Cómo debe actuar para sostenerse?! ¿Quién es el que de hecho la sostiene?
Debe convencerse de que Dios, a quien el alma considera lejos, está dentro de
ella y obra en ella, con una actuación cuyas acciones y eficacia son iguales a
su amor por sus creaturas.
He aquí, en
resumen, puesto al desnudo, el estado actual de tu alma. A ti no te queda más
que resignarte, bendecir la mano de quien te conduce por una vía extraña sí,
pero acertadísima para el fruto que de ella viene a tu espíritu. Estate segura
de que, si bien es cierto que el cielo te parece totalmente negro y lleno de
nubes para ti, está muy sereno en tu espíritu. Esta serenidad tú no la ves, no
la puedes ver, y no debes verla porque así lo quiere Dios y porque esto es lo
mejor para tu alma; pero, entre tanto, la serenidad resplandece y yo te lo
aseguro en el Señor y con el Señor.
(Marzo de
27 de septiembre
Cuántos
cortesanos van y vienen cientos de veces ante el rey, y no para hablarle o para
escucharlo, sino sencillamente para ser vistos por él y, de este modo,
manifestarse como sus fieles servidores. Este modo de estar en la presencia de
Dios, únicamente para expresarle con nuestra voluntad que nos reconocemos
siervos suyos, es muy santo, excelente, puro y de una grandísima perfección. Él
hablará contigo, paseará en tu compañía cientos de veces por las sendas de su
jardín de oración; y si esto no sucediera nunca - lo que se puede decir que es
imposible porque a este padre tan tierno no le aguantará el corazón ver a su
creatura en perpetua fluctuación -,
conténtate con ello, pues nuestra obligación es la de seguirle, considerando
que para nosotros es un honor y una gracia muy grande el que él nos tolere en
su presencia.
De esta manera
no estarás inquieta por hablarle, porque el otro modo de estar a su lado no es
menos útil, o quizás incluso lo es mucho más, aunque nos agrade menos. Por
tanto, cuando te encuentres junto a Dios en la oración, reflexiona en esta
verdad; háblale si puedes; y, si no puedes, detente allí, hazte ver y rechaza otras
preocupaciones.
(23 de agosto de
28 de septiembre
Cómo se entristece
mi corazón al verte sacudida cada día por nuevas y furiosas tempestades; pero es
mucho mayor el gozo en mi espíritu al saber con certeza que la furia de las
olas en ti las permite, con especial providencia, el Padre celestial, para
hacerte semejante a su amadísimo Hijo, perseguido y golpeado hasta la muerte,
¡y hasta la muerte de cruz!
En la medida en
que son grandes tus sufrimientos, lo es el amor que Dios te ofrece. Aquéllos,
querida mía, te sirvan de medida de comparación del amor que Dios te tiene. El
amor de Dios lo conocerás por esta señal: las aflicciones que te manda. La
señal la tienes en tus manos y está al alcance de tu inteligencia; alégrate,
pues, cuando la tempestad se embravece; alégrate, te digo, con los hijos de
Dios, porque esto es amor singularísimo del Esposo divino hacia ti. Humíllate
también ante la majestad divina, considerando cuántas otras almas hay en el
mundo, más dignas y más ricas de dotes intelectuales y de virtudes, y que ciertamente
no son tratadas con ese singularísimo amor con el que tú eres tratada por Dios.
(19 de septiembre de
29 de septiembre
Que
te haga la guerra satanás, bien directamente con sus malignas sugerencias, bien
indirectamente por medio del mundo y de nuestra naturaleza corrompida; que haga
mucho ruido ese infeliz apóstata; que te amenace, incluso, con tragarte: ¡no
importa! Él nada podrá contra tu alma, porque Jesús ya la tiene estrechada a sí
y la sostiene calladamente con su gracia siempre vigilante. Tranquilízate, hija
querida de Jesús, porque te digo la verdad: nunca en el pasado tu espíritu ha
estado tan bien como ahora.
Y
no llegues a creer que soportas tus sufrimientos como reparación por culpas
cometidas, pues es únicamente la acción del Señor, que te aflige para adornar
la diadema con las perlas que quiere para ti.
(19 de septiembre de
30 de septiembre
No
dudes de la ayuda divina, no te abandones a ti misma por las múltiples aflicciones,
de las que te ves rodeada de continuo, pues todo redundará en gloria de Dios, y
en salvación del alma. Dime, ¿cómo puedes dudar de estas aseveraciones? Sin la
gracia divina ¿habrías podido superar tantas crisis y tantas luchas, a las que en
el pasado ha estado sometido tu espíritu? Confía, pues, siempre, porque esa
misma gracia hará en ti el resto: tú alcanzarás la salvación y el enemigo se
consumirá en su rabia.
Mientras
tanto, sigue rezando, agradeciendo y sufriendo por las intenciones que Dios
quiere y de acuerdo a su divina voluntad. Que te anime a ello el pensamiento de
que el premio no está lejos. Comprendo que la prueba es dura, que la lucha es
para el alma más penosa de lo que se pueda decir, pero es grande también el
mérito del triunfo, inefable el consuelo, inmortal la gloria, eterna la
recompensa.
(20 de abril de
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