Su vida fue todo un misterio de amor y entrega a Dios. Consagró toda su existencia al Corazón de Jesús, que se le había aparecido en visión en la iglesia de Santa Ana de su pueblo natal, a la edad de 5 años.
Cronología de su vida religiosa hasta su ordenación:
1903
El 6 de enero, martes, hace su ingreso en el convento de Morcone (Benevento) a los 15 años de edad.
22 de enero, jueves: después de una conveniente preparación, viste el hábito de novicio en la Orden de los Capuchinos, tomando el nombre de Fray Pío.
25 de abril, sábado: conoce al Padre Benedetto de S. Marco in Lamis, presente en Morcone para una reunión Provincial, y será su Director Espiritual hasta 1922.
1904
22 de enero, viernes: hace la profesión de los votos simples; y se traslada a la “Casa de Profesos” de S. Elia en Pianisi (Campobasso), el 25 del mismo mes.
1905
Después de la mitad de octubre es trasladado a S. Marco la Catola, a causa de las reparaciones que se debían hacer en la iglesia de S. Elia.
1906
En abril, terminadas las reparaciones en el convento, vuelve a S. Elia in Pianisi, donde continúa sus estudios de liceo y filosóficos.
1907
27 de enero, domingo: hace la profesión de los votos solemnes en este convento.
El 10 de septiembre: en S. Marco la Catola termina sus estudios de filosofía.
Octubre (fin de mes): va a Serracapriola (Foggia), para iniciar los estudios de teología, bajo la guía del Padre Agustín de S. Marco in Lamis.
1908
23 de noviembre: está en el convento de Montefusco (Avellino), para continuar, junto con sus compañeros, el estudio de la teología.
19 de noviembre, sábado: recibe las órdenes menores en la ciudad de Benevento.
21 de noviembre, lunes: es ordenado subdiácono en la misma ciudad.
1909
Su delicada salud obliga a los Superiores a enviarlo a Pietrelcina, su tierra natal.
Va y viene de Pietrelcina a Morcone, por razones de salud.
El 18 de julio, domingo: recibe el diaconado en la iglesia del convento de Morcone. Entretanto, continúa los estudios de sagrada teología con la ayuda del arcipreste de Pietrelcina, Don Salvador Pannullo.
Fray Pío desea el sacerdocio con todas sus fuerzas, y cuanto más lo desea más siente que su salud se deteriora.
Se le ha dicho que la ordenación sacerdotal puede ser anticipada a quien lo pide por motivos justificados. Considera que su débil salud entra en uno de esos casos previstos por el Derecho Canónico y, como consecuencia, quizás aconsejado también por el arcipreste de Pietrelcina, el 22 de enero de 1910, escribe con urgencia a su Superior provincial, pidiéndole para poder ser sacerdote, la dispensa de los meses que le faltan según la edad canónica requerida para la ordenación. Mientras tanto, continúa estudiando teología en su Pietrelcina, sirviéndose también de la ayuda del arcipreste, Don Salvador Pannullo, y de Don José Orlando.
Después de seis meses de espera, el 1° de julio de 1910, el padre provincial puede comunicarle la concesión de la dispensa de 9 meses y fijar la fecha de la ordenación sacerdotal. La meta tan deseada está cerca. Fray Pío podrá hacer realidad el vivo deseo de su espíritu: estar con Cristo en la cruz y en el altar: «Yo bajo del altar para subir a la cruz; desciendo de la cruz para tenderme sobre el altar» , confiará muchos años más tarde a Cleonice Morcaldi, una de sus hijas espirituales.
Por fin «otro Cristo»
Es el 10 de agosto de 1910. Benevento, en un día soleado y caluroso, acoge a fray Pío de Pietrelcina, que desciende a la ciudad en el sciaraballo de Alejandro Mandato; lo acompañan la mamá y el arcipreste Don Salvador Pannullo.
Es uno de esos días que cortan la respiración, pero que, cuando se dan, ofrecen también el reconfortante viento oxigenado del Poniente, donde el monte Taburno se eleva hacia el cielo, cubierto siempre del verde de abetos, hayas y otros árboles de distintas especies.
Muchos beneventanos no lo saben, pero el Taburno es, sobre todo en verano, un gran bienhechor para sus pulmones. A primera hora de la mañana y ya avanzada la tarde se percibe benéfica en el aire la ligera brisa que viene de su bellísima floresta. Por el contrario, en las otras horas del día, por su ubicación en el centro de una cuenca rodeada de colinas y no lejana de la confluencia de dos ríos, el Sabato y el Calore, la cosa es muy distinta, especialmente para los pulmones enfermos del joven fray Pío. Pero él no piensa en el calor insoportable de la ciudad que le ha acogido. Sus pensamientos están centrados en otro objetivo bien distinto.
Dejado el sciaraballo y su dueño cerca de una de las plazas colindantes con el templo, la reducida comitiva recorre de prisa los pocos metros que la separan de la magnífica catedral románica , cuya fachada se remonta al comienzo del siglo XII y que empalma con la arquitectura típica de la Capitanata , de evidente origen pisano.
Fray Pío ni siquiera dirige su mirada a la bellísima Puerta mayor, la puerta de bronce del siglo XI, se apresura a atravesar la nave izquierda del templo, para llegar a la capilla sita a la izquierda del altar mayor.
La cabeza de fray Pío sigue ligeramente inclinada hacia abajo, muestra de su temperamento esquivo y del estilo sencillo y modesto de la Orden de la que forma parte. Su rostro, que a duras penas contiene la emoción que hace latir aprisa su corazón, se vuelve cada vez más fuerte y vibrante, ante un momento tan esperado. Es el fuego vivo del amor por su Dios que le arde en el corazón.
No está el papá, pero es como si estuviera. Grazio Forgione ha vuelto a emigrar para hacer frente a las necesidades económicas de la familia. También él espera con ansia este momento, en el que podrá ver los frutos de tantos años de sacrificio trabajando en la lejana América.
Grazio sabe que su Francisco, el débil fray Pío, está para llegar al Sacerdocio. Y desde el nuevo Continente se une íntimamente a las alegrías de la familia. Ningún trabajo, ningún sacrificio, por duro y humilde que haya sido, ha resultado más fructífero y bendecido que el suyo. Ninguna privación ha sido más gozosa que ésta para este padre tan generoso.
Son los grandes sacrificios, los sufrimientos del distanciamiento de sus seres queridos, fruto de la generosidad sin límites de este ciudadano de Pietrelcina, los que han hecho posible el crecimiento de un árbol capaz de extender sus ramas hasta los confines más alejados de la tierra. Un árbol que aparece débil, demasiado enfermo para resistir vientos tempestuosos y sin embargo, llegará a ser grande y robusto, bien plantado, con unas raíces que se hunden en lo más profundo de la tierra, donde, calladamente, el humus lo alimenta y sostiene para prepararlo a las grandes luchas, a las elevadas metas y, sobre todo, al heroico martirio, como imagen del Cristo que ha contemplado en la cruz desde la infancia.
El joven religioso ha llegado ya a la capilla de los canónigos, donde será ordenado sacerdote. El rito es sencillo y discreto. Parece hecho a medida para su carácter modesto y reservado.
Fray Pío es ordenado sacerdote por Mons. Pablo Schinosi, arzobispo titular de Marcianopoli, en presencia de la mamá y de «Zi' Tore». De ahora en adelante será conocido con el apelativo de «Padre Pío de Pietrelcina».
Al fin, ¡sacerdote! Su deseo de configurarse totalmente con Señor de la vida, con el Príncipe de la paz, con el Dios-con-nosotros, ha obtenido respuesta. Ahora puede apagar su sed de beber del agua viva del Cristo crucificado; no sólo puede beber él en esa fuente de vida; en la celebración de la santa misa, dará de comer el cuerpo del Señor y de beber la sangre del Señor a los hambrientos y a los sedientos de Dios, durante toda su vida sacerdotal. Amará al Esposo divino hasta derramar la última gota de su sangre por aquellas heridas misteriosas que aparecerán en breve en Piana Romana de Pietrelcina, para desaparecer sólo un poco antes de la muerte. Día tras día será, con este continuo derramamiento de sangre, un signo tangible de la presencia misteriosa y salvífica de Cristo en el mundo.
Ahora no hay tiempo para celebraciones. Es necesario volver al pueblo. Y la reducida comitiva, en la que está el nuevo sacerdote capuchino, va al encuentro de Alejandro Mandato, que en su sciaraballo debe llevarle de regreso a casa.
El camino soleado de la Valfortore aparece ahora más esplendoroso a los ojos del padre Pío.
El amor de Dios lo abrasa, como lo hacía el sol de las largas jornadas transcurridas como pastorcito en Piana Romana. Sabe que Dios exige amor sin límites y él está dispuesto a ofrecerlo con todo su ser.
Sus ojos brillan aún de estupor y de conmoción por el gran don recibido. Su corazón explota de alegría incontenible cuando el sciaraballo llega a las afueras del pueblo. Aquí es recibido por las notas festivas de la banda de música de Pietrelcina, dirigida por el maestro José Crafa. Y el gozoso grupo de músicos acompaña a la comitiva con el nuevo sacerdote hasta la casa de éste, mientras a lo largo de la calle van tirando, en dirección al homenajeado, como muestras de alegría, monedas y trozos de raffaioli: los dulces típicos del país.
El padre Pío, con los ojos en el suelo y el rostro enrojecido a causa de su habitual timidez, camina dejando que la familia, los parientes, los amigos y toda Pietrelcina celebren, a su manera, su ordenación sacerdotal.
Pero es en su corazón donde la alegría se transforma en una explosión de sentimientos de acción de gracias y de amor hacia aquel Dios que le ha llamado desde su más tierna edad a servirle y a amarle con todo su ser.
Cuatro días después, el domingo 14 de agosto de 1910, celebra su primera misa en la iglesia parroquial de Pietrelcina. Está presente su queridísimo padre Lector , el padre Agustín de San Marco in Lamis: el primer cohermano capuchino que descubre la madera de gran santo en la figura sencilla del joven religioso capuchino.
El padre Agustín, en su discurso, al elogiar al nuevo sacerdote, le desea proféticamente que sea un gran confesor.
No faltan, después de la celebración, los consabidos tentempiés gastronómicos, como los raffaioli, los bizcochos, etc. Pero, en esta ocasión, es la mamá del padre Pío, Peppa, la que prepara la gran fiesta, mientras su marido, Grazio, en América, celebra el acontecimiento con sus amigos emigrantes. Cuando los corazones están unidos, se anulan las distancias para vivir la misma alegría.
El padre Pío escribe para este día memorable su pensamiento-recuerdo. Una síntesis perfecta de lo que será su misión sacerdotal en el mundo y para el mundo: «Oh Jesús, mi anhelo y mi vida, hoy que, lleno de emoción, te elevo en un misterio de amor, que yo sea contigo para el mundo Camino, Verdad y Vida. Y para Ti, sacerdote santo, víctima perfecta. Padre Pío Capuchino» .
Los sentimientos del nuevo sacerdote son, sin duda, de inmensa alegría, de un gran amor y de ofrenda de sí mismo. Su alegría brota de la conciencia de ser sacerdote y también discípulo de Francisco de Asís, ministro de Dios y también su cantor, dispensador de los misterios sagrados y llamado a la contemplación de los mismos. El padre Pío vive ahora totalmente entregado a amar y servir al dulce Cristo. Amar y también servir.
Darse a Dios, siguiendo el ejemplo de Cristo, que dio su vida por todos. Es lo que hará el padre Pío a lo largo de toda su vida, amando a Dios y, en él, amando a los hombres con sus debilidades, sus fragilidades y sus miserias que les alejan del amor al Creador.
Es el misterio esencial de todo sacerdote: poner en comunicación a Dios y al hombre, al hombre y a Dios. El sacerdote debe ser sacramento, signo de Dios entre los hombres, pero en el padre Pío hay algo más: en él Dios se hará presente con su pasión.
Fuentes: "Padre Pío, 7 años de misterio en Pietrelcina " de Donato Calabrese.
"Padre Pío el estigmatizado" de Francisco Napolitano.
1903
El 6 de enero, martes, hace su ingreso en el convento de Morcone (Benevento) a los 15 años de edad.
22 de enero, jueves: después de una conveniente preparación, viste el hábito de novicio en la Orden de los Capuchinos, tomando el nombre de Fray Pío.
25 de abril, sábado: conoce al Padre Benedetto de S. Marco in Lamis, presente en Morcone para una reunión Provincial, y será su Director Espiritual hasta 1922.
1904
22 de enero, viernes: hace la profesión de los votos simples; y se traslada a la “Casa de Profesos” de S. Elia en Pianisi (Campobasso), el 25 del mismo mes.
1905
Después de la mitad de octubre es trasladado a S. Marco la Catola, a causa de las reparaciones que se debían hacer en la iglesia de S. Elia.
1906
En abril, terminadas las reparaciones en el convento, vuelve a S. Elia in Pianisi, donde continúa sus estudios de liceo y filosóficos.
1907
27 de enero, domingo: hace la profesión de los votos solemnes en este convento.
El 10 de septiembre: en S. Marco la Catola termina sus estudios de filosofía.
Octubre (fin de mes): va a Serracapriola (Foggia), para iniciar los estudios de teología, bajo la guía del Padre Agustín de S. Marco in Lamis.
1908
23 de noviembre: está en el convento de Montefusco (Avellino), para continuar, junto con sus compañeros, el estudio de la teología.
19 de noviembre, sábado: recibe las órdenes menores en la ciudad de Benevento.
21 de noviembre, lunes: es ordenado subdiácono en la misma ciudad.
1909
Su delicada salud obliga a los Superiores a enviarlo a Pietrelcina, su tierra natal.
Va y viene de Pietrelcina a Morcone, por razones de salud.
El 18 de julio, domingo: recibe el diaconado en la iglesia del convento de Morcone. Entretanto, continúa los estudios de sagrada teología con la ayuda del arcipreste de Pietrelcina, Don Salvador Pannullo.
Fray Pío desea el sacerdocio con todas sus fuerzas, y cuanto más lo desea más siente que su salud se deteriora.
Se le ha dicho que la ordenación sacerdotal puede ser anticipada a quien lo pide por motivos justificados. Considera que su débil salud entra en uno de esos casos previstos por el Derecho Canónico y, como consecuencia, quizás aconsejado también por el arcipreste de Pietrelcina, el 22 de enero de 1910, escribe con urgencia a su Superior provincial, pidiéndole para poder ser sacerdote, la dispensa de los meses que le faltan según la edad canónica requerida para la ordenación. Mientras tanto, continúa estudiando teología en su Pietrelcina, sirviéndose también de la ayuda del arcipreste, Don Salvador Pannullo, y de Don José Orlando.
Después de seis meses de espera, el 1° de julio de 1910, el padre provincial puede comunicarle la concesión de la dispensa de 9 meses y fijar la fecha de la ordenación sacerdotal. La meta tan deseada está cerca. Fray Pío podrá hacer realidad el vivo deseo de su espíritu: estar con Cristo en la cruz y en el altar: «Yo bajo del altar para subir a la cruz; desciendo de la cruz para tenderme sobre el altar» , confiará muchos años más tarde a Cleonice Morcaldi, una de sus hijas espirituales.
Por fin «otro Cristo»
Es el 10 de agosto de 1910. Benevento, en un día soleado y caluroso, acoge a fray Pío de Pietrelcina, que desciende a la ciudad en el sciaraballo de Alejandro Mandato; lo acompañan la mamá y el arcipreste Don Salvador Pannullo.
Es uno de esos días que cortan la respiración, pero que, cuando se dan, ofrecen también el reconfortante viento oxigenado del Poniente, donde el monte Taburno se eleva hacia el cielo, cubierto siempre del verde de abetos, hayas y otros árboles de distintas especies.
Muchos beneventanos no lo saben, pero el Taburno es, sobre todo en verano, un gran bienhechor para sus pulmones. A primera hora de la mañana y ya avanzada la tarde se percibe benéfica en el aire la ligera brisa que viene de su bellísima floresta. Por el contrario, en las otras horas del día, por su ubicación en el centro de una cuenca rodeada de colinas y no lejana de la confluencia de dos ríos, el Sabato y el Calore, la cosa es muy distinta, especialmente para los pulmones enfermos del joven fray Pío. Pero él no piensa en el calor insoportable de la ciudad que le ha acogido. Sus pensamientos están centrados en otro objetivo bien distinto.
Dejado el sciaraballo y su dueño cerca de una de las plazas colindantes con el templo, la reducida comitiva recorre de prisa los pocos metros que la separan de la magnífica catedral románica , cuya fachada se remonta al comienzo del siglo XII y que empalma con la arquitectura típica de la Capitanata , de evidente origen pisano.
Fray Pío ni siquiera dirige su mirada a la bellísima Puerta mayor, la puerta de bronce del siglo XI, se apresura a atravesar la nave izquierda del templo, para llegar a la capilla sita a la izquierda del altar mayor.
La cabeza de fray Pío sigue ligeramente inclinada hacia abajo, muestra de su temperamento esquivo y del estilo sencillo y modesto de la Orden de la que forma parte. Su rostro, que a duras penas contiene la emoción que hace latir aprisa su corazón, se vuelve cada vez más fuerte y vibrante, ante un momento tan esperado. Es el fuego vivo del amor por su Dios que le arde en el corazón.
No está el papá, pero es como si estuviera. Grazio Forgione ha vuelto a emigrar para hacer frente a las necesidades económicas de la familia. También él espera con ansia este momento, en el que podrá ver los frutos de tantos años de sacrificio trabajando en la lejana América.
Grazio sabe que su Francisco, el débil fray Pío, está para llegar al Sacerdocio. Y desde el nuevo Continente se une íntimamente a las alegrías de la familia. Ningún trabajo, ningún sacrificio, por duro y humilde que haya sido, ha resultado más fructífero y bendecido que el suyo. Ninguna privación ha sido más gozosa que ésta para este padre tan generoso.
Son los grandes sacrificios, los sufrimientos del distanciamiento de sus seres queridos, fruto de la generosidad sin límites de este ciudadano de Pietrelcina, los que han hecho posible el crecimiento de un árbol capaz de extender sus ramas hasta los confines más alejados de la tierra. Un árbol que aparece débil, demasiado enfermo para resistir vientos tempestuosos y sin embargo, llegará a ser grande y robusto, bien plantado, con unas raíces que se hunden en lo más profundo de la tierra, donde, calladamente, el humus lo alimenta y sostiene para prepararlo a las grandes luchas, a las elevadas metas y, sobre todo, al heroico martirio, como imagen del Cristo que ha contemplado en la cruz desde la infancia.
El joven religioso ha llegado ya a la capilla de los canónigos, donde será ordenado sacerdote. El rito es sencillo y discreto. Parece hecho a medida para su carácter modesto y reservado.
Fray Pío es ordenado sacerdote por Mons. Pablo Schinosi, arzobispo titular de Marcianopoli, en presencia de la mamá y de «Zi' Tore». De ahora en adelante será conocido con el apelativo de «Padre Pío de Pietrelcina».
Al fin, ¡sacerdote! Su deseo de configurarse totalmente con Señor de la vida, con el Príncipe de la paz, con el Dios-con-nosotros, ha obtenido respuesta. Ahora puede apagar su sed de beber del agua viva del Cristo crucificado; no sólo puede beber él en esa fuente de vida; en la celebración de la santa misa, dará de comer el cuerpo del Señor y de beber la sangre del Señor a los hambrientos y a los sedientos de Dios, durante toda su vida sacerdotal. Amará al Esposo divino hasta derramar la última gota de su sangre por aquellas heridas misteriosas que aparecerán en breve en Piana Romana de Pietrelcina, para desaparecer sólo un poco antes de la muerte. Día tras día será, con este continuo derramamiento de sangre, un signo tangible de la presencia misteriosa y salvífica de Cristo en el mundo.
Ahora no hay tiempo para celebraciones. Es necesario volver al pueblo. Y la reducida comitiva, en la que está el nuevo sacerdote capuchino, va al encuentro de Alejandro Mandato, que en su sciaraballo debe llevarle de regreso a casa.
El camino soleado de la Valfortore aparece ahora más esplendoroso a los ojos del padre Pío.
El amor de Dios lo abrasa, como lo hacía el sol de las largas jornadas transcurridas como pastorcito en Piana Romana. Sabe que Dios exige amor sin límites y él está dispuesto a ofrecerlo con todo su ser.
Sus ojos brillan aún de estupor y de conmoción por el gran don recibido. Su corazón explota de alegría incontenible cuando el sciaraballo llega a las afueras del pueblo. Aquí es recibido por las notas festivas de la banda de música de Pietrelcina, dirigida por el maestro José Crafa. Y el gozoso grupo de músicos acompaña a la comitiva con el nuevo sacerdote hasta la casa de éste, mientras a lo largo de la calle van tirando, en dirección al homenajeado, como muestras de alegría, monedas y trozos de raffaioli: los dulces típicos del país.
El padre Pío, con los ojos en el suelo y el rostro enrojecido a causa de su habitual timidez, camina dejando que la familia, los parientes, los amigos y toda Pietrelcina celebren, a su manera, su ordenación sacerdotal.
Pero es en su corazón donde la alegría se transforma en una explosión de sentimientos de acción de gracias y de amor hacia aquel Dios que le ha llamado desde su más tierna edad a servirle y a amarle con todo su ser.
Cuatro días después, el domingo 14 de agosto de 1910, celebra su primera misa en la iglesia parroquial de Pietrelcina. Está presente su queridísimo padre Lector , el padre Agustín de San Marco in Lamis: el primer cohermano capuchino que descubre la madera de gran santo en la figura sencilla del joven religioso capuchino.
El padre Agustín, en su discurso, al elogiar al nuevo sacerdote, le desea proféticamente que sea un gran confesor.
No faltan, después de la celebración, los consabidos tentempiés gastronómicos, como los raffaioli, los bizcochos, etc. Pero, en esta ocasión, es la mamá del padre Pío, Peppa, la que prepara la gran fiesta, mientras su marido, Grazio, en América, celebra el acontecimiento con sus amigos emigrantes. Cuando los corazones están unidos, se anulan las distancias para vivir la misma alegría.
El padre Pío escribe para este día memorable su pensamiento-recuerdo. Una síntesis perfecta de lo que será su misión sacerdotal en el mundo y para el mundo: «Oh Jesús, mi anhelo y mi vida, hoy que, lleno de emoción, te elevo en un misterio de amor, que yo sea contigo para el mundo Camino, Verdad y Vida. Y para Ti, sacerdote santo, víctima perfecta. Padre Pío Capuchino» .
Los sentimientos del nuevo sacerdote son, sin duda, de inmensa alegría, de un gran amor y de ofrenda de sí mismo. Su alegría brota de la conciencia de ser sacerdote y también discípulo de Francisco de Asís, ministro de Dios y también su cantor, dispensador de los misterios sagrados y llamado a la contemplación de los mismos. El padre Pío vive ahora totalmente entregado a amar y servir al dulce Cristo. Amar y también servir.
Darse a Dios, siguiendo el ejemplo de Cristo, que dio su vida por todos. Es lo que hará el padre Pío a lo largo de toda su vida, amando a Dios y, en él, amando a los hombres con sus debilidades, sus fragilidades y sus miserias que les alejan del amor al Creador.
Es el misterio esencial de todo sacerdote: poner en comunicación a Dios y al hombre, al hombre y a Dios. El sacerdote debe ser sacramento, signo de Dios entre los hombres, pero en el padre Pío hay algo más: en él Dios se hará presente con su pasión.
Fuentes: "Padre Pío, 7 años de misterio en Pietrelcina " de Donato Calabrese.
"Padre Pío el estigmatizado" de Francisco Napolitano.