DÍA SEXTO :
Canto: Bendita y alabada sea la hora, en que María Santísima vino en carne mortal a Zaragoza. Por siempre sea bendita y alabada.+ En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo, Amen.
Director: Venid y honremos a la Santísima Virgen del Pilar
Todos: Ella es virgen Santa, luz hermosa, claro día, Ella se dignó visitar nuestra patria.
D: Cantemos himnos de honor y de alabanza
T: Ella es la gloria de nuestra raza, la alegría de nuestro pueblo, la esperanza del mundo.
D: Honremos su Pilar, faro resplandeciente, rico presente de amor.
T: Su pilar nos preside de día y de noche. En él tenemos puesta nuestra fortaleza y nuestra confianza.
D: Veneremos su santo nombre, el nombre glorioso del Pilar.
T: Ella escogió esta tierra y la santificó para vivir en ella siempre con nosotros.
D: Gloria al Padre...
T: Como era en el principio...
Rezo del Santo Rosario o la lectura propuesta para este día. Canto del Himno y petición personal.
Pueden hacerse las Preces y Oración que se propone cada día, o terminar con las siguientes aclamaciones y Oración del Pilar.
ACLAMACIONES:
D: Tenemos por guía la Columna que nunca faltó delante del pueblo.
T: Ni de día ni de noche.
D: Invocaban al Señor y Él los oía.
T: Desde la Columna de nube hablaba con ellos.
D: Me pondrá en el alto sobre una piedra y luego levantara mi cabeza sobre mis enemigos.
T: Yo estaré allí delante de Ti sobre la Piedra.
D: Corona De Oro sobre su cabeza, adornada con sello de Santidad.
T: Ornamento de gloria, obra primorosa qué cautiva las miradas.
D: Labraste con esmero un monumento en lugar elevado.
T: Una mansión para Ti en la roca.
ORACIÓN DEL PILAR:
D: Ruega por nosotros santa María del Pilar.
T: Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.
Oremos, Dios todopoderoso y eterno, que en la gloriosa Madre de tu Hijo has concedido una amparo celestial a cuántos la invocan con la secular advocación del Pilar, concédenos, por su intercesión, Fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Canto (himno)
Director: Venid y honremos a la Santísima Virgen del Pilar
Todos: Ella es virgen Santa, luz hermosa, claro día, Ella se dignó visitar nuestra patria.
D: Cantemos himnos de honor y de alabanza
T: Ella es la gloria de nuestra raza, la alegría de nuestro pueblo, la esperanza del mundo.
D: Honremos su Pilar, faro resplandeciente, rico presente de amor.
T: Su pilar nos preside de día y de noche. En él tenemos puesta nuestra fortaleza y nuestra confianza.
D: Veneremos su santo nombre, el nombre glorioso del Pilar.
T: Ella escogió esta tierra y la santificó para vivir en ella siempre con nosotros.
D: Gloria al Padre...
T: Como era en el principio...
Rezo del Santo Rosario o la lectura propuesta para este día. Canto del Himno y petición personal.
Pueden hacerse las Preces y Oración que se propone cada día, o terminar con las siguientes aclamaciones y Oración del Pilar.
ACLAMACIONES:
D: Tenemos por guía la Columna que nunca faltó delante del pueblo.
T: Ni de día ni de noche.
D: Invocaban al Señor y Él los oía.
T: Desde la Columna de nube hablaba con ellos.
D: Me pondrá en el alto sobre una piedra y luego levantara mi cabeza sobre mis enemigos.
T: Yo estaré allí delante de Ti sobre la Piedra.
D: Corona De Oro sobre su cabeza, adornada con sello de Santidad.
T: Ornamento de gloria, obra primorosa qué cautiva las miradas.
D: Labraste con esmero un monumento en lugar elevado.
T: Una mansión para Ti en la roca.
ORACIÓN DEL PILAR:
D: Ruega por nosotros santa María del Pilar.
T: Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.
Oremos, Dios todopoderoso y eterno, que en la gloriosa Madre de tu Hijo has concedido una amparo celestial a cuántos la invocan con la secular advocación del Pilar, concédenos, por su intercesión, Fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Canto (himno)
LECTURA PARA EL DIA SEXTO:
El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del Señor. Éste –dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús– está puesto como una bandera discutida; y a ti –añade, dirigiéndose a María– una espada te traspasará el alma.
En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús –que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo– hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.
¿Por ventura no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí tienes a tu hijo? ¡Vaya cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aun nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?
No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma. Que se admire el que no recuerde haber oído cómo Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles el carecer de piedad. Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar de sus humildes servidores.
Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?» Sí, y con toda seguridad. «¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? Este murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante.
En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús –que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo– hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.
¿Por ventura no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí tienes a tu hijo? ¡Vaya cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aun nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?
No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma. Que se admire el que no recuerde haber oído cómo Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles el carecer de piedad. Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar de sus humildes servidores.
Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?» Sí, y con toda seguridad. «¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? Este murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante.
De lo sermones de san Bernardo, Abad.
Proclamemos las grandezas de Dios Padre todopoderoso, que quiso que todas las generaciones felicitaran a María, la madre de su Hijo, y supliquémosle diciendo:
Que la llena de gracia interceda por nosotros.
Tú que nos diste a María por Madre, concede, por su mediación, salud a los enfermos, consuelo a los tristes, perdón a los pecadores
— y a todos abundancia de salud y de paz.
Haz, Señor, que tu Iglesia tenga un solo corazón y una sola alma por el amor,
— y que todos los fieles perseveren unánimes en la oración con María, la Madre de Jesús.
Tú que hiciste de María la Madre de misericordia,
— Haz que los que viven en peligro o están tentados sientan su protección maternal.
Tú que encomendaste a María la misión de madre de familia en el hogar de Jesús y de José,
— Haz que, por su intercesión, todas las madres fomenten en sus hogares el amor y la santidad.
Tú que coronaste a María como reina del cielo,
— haz que los difuntos puedan alcanzar, con todos los santos, la felicidad de tu reino.
ORACIÓN:
Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la cruz; haz que la Iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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