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lunes, 28 de noviembre de 2016

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Comienza un nuevo Año Litúrgico con este Tiempo de Adviento y el Señor nos pide estar vigilantes. Nos dice en la Escritura: “Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”. “Caminad a la Luz del Señor”. “Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz”

Qué buen momento para comenzar este Adviento haciendo el propósito de leer cada día y meditar la Palabra de Dios para que sea luz de nuestro camino.



Decía Padre Pío en una carta a una hija espiritual suya recomendándole que incluyera entre sus lecturas, lecturas espirituales y libros santos:
... Acerca de tu lectura hay poco para admirar y casi nada para edificarse. Es totalmente necesario que a semejante lectura añadas la de los libros santos, tan recomendada por los santos padres de la iglesia. Y yo no puedo eximirte de estas lecturas espirituales, me apremia demasiado tu perfección. Conviene, si quieres de semejantes lecturas sacarles provecho, que abandones el prejuicio que tienes en torno al estilo y a la forma en que los libros santos fueron escritos.
Manos a la obra y esfuérzate en hacer eso, no descuidando pedir humildemente la ayuda divina al respecto. En esto existe un grave engaño y yo no puedo ni quiero ocultártelo. Te confieso, para mi gran confusión, que también yo fui envuelto en un engaño similar y si el piadoso Señor, por su bondad, no me hubiese advertido a su tiempo del engaño, quién sabe adónde habría ido a precipitar.

Bien debo este testimonio a la verdad: jamás sentí yo en mí el mínimo atractivo por esas lecturas que pudiesen manchar la inocencia y la pureza de las costumbres, porque he tenido naturalmente un horror supremo por toda asquerosidad aunque leve. Otra cosa no buscaba en esas lecturas, honestas sí, pero siempre profanas, al menos algo científico y el pasatiempo de una honesta recreación del espíritu. Sin embargo, no obstante la inocencia de mis intenciones, esas lecturas dejaron profundas heridas en mi corazón, o por lo menos me tuvieron detenido allí, sin nunca sacar provecho ni adquiriendo una sola virtud; y lo peor era que me iba siempre enfriando más en el amor a Dios.
La gracia vigilante del Padre celestial me sacó de tantos peligros, pareciendo de algún modo luchar contra mi voluntad para impedirme, de hecho, perderme. Parecía que Dios bendito, con paternal solicitud y con la perseverancia del amor, estuviese buscando un medio eficaz para llamarme a sí. ¡Y qué tonto que he sido! huía, huía siempre, pero finalmente la gracia divina me venció. ¡Oh! ¡qué contento me encontré de haber sido vencido por un Padre tan querido! ¡Oh! ¡sea siempre bendito este tierno Esposo por ese exceso de paciencia y de bondad para con este pobrecito!
Me produce horror, hermana mía, el daño que hace a las almas la privación de la lectura de los libros santos.

6. He aquí cómo se expresan los santos padres exhortando al alma a una semejante lectura.
…Es increíble la estima que san Jerónimo tenía de la lectura de los libros santos. A Salvina recomienda que tenga siempre a mano libros devotos, porque estos son un fuerte escudo para rechazar todos los pensamientos malvados con los que se combate a la edad juvenil . A san Paulino inculca la misma cosa: «Siempre, dice él, esté en tus manos el libro sagrado que dé pasto a tu espíritu con la lectura devota» . A la viuda Furia insinúa que lea con frecuencia las sagradas escrituras y los libros de los doctores, cuya doctrina es santa y sana, para que no tenga que fatigarse eligiendo entre el lodo de los falsos documentos y el oro de las santas y sanas enseñanzas . A Demetria escribe así: «Ama la lectura de las sagradas escrituras si quieres ser amada por la sabiduría divina, si quieres ser por ella custodiada y poseída. Primero te embellecías, agrega aquí enseguida el santo doctor, de diversas formas; llevabas joyas en el pecho, gargantillas en el cuello, gemas preciosas en las orejas. En el futuro las sagradas lecturas sean tus gemas y tus joyas con la que adornes tu espíritu de pensamientos santos y de afectos devotos» .
Lo mismo afirma san Gregorio bajo la alegoría del espejo: «Los libros espirituales son como un espejo que Dios nos pone delante para que mirándonos en él nos demos cuenta de nuestros errores y nos adornemos de toda virtud. Y así como las mujeres vanas se miran frecuentemente en el espejo, y allí se limpian toda mancha del rostro, corrigen los errores del cabello y se adornan de mil modos para aparecer hermosas a los ojos de los demás, de la misma manera el cristiano debe frecuentemente colocar ante sus ojos los libros santos para divisar en ellos los defectos que debe corregir y las virtudes con qué embellecerse para agradar los ojos de su Dios»
(Carta 18 EPIST. II)

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