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domingo, 6 de agosto de 2023

NOVENA A LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA AL CIELO EN CUERPO Y ALMA

Asunción de María.  Giotto, 1315-1320

ORACIÓN INICIAL PARA TODOS LOS DÍAS
Oración a la gloriosa Asunción de la Stma. Virgen María en cuerpo y alma a los Cielos, compuesta y pronunciada por SS. Pío XII el día de la proclamación dogmática (1º-11-50)

+ En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

¡Oh, Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre de los hombres!, nosotros creemos, con todo el fervor de nuestra fe, en vuestra triunfal Asunción en cuerpo y alma a los cielos, donde sois aclamada Reina por todos los coros de los ángeles y toda la legión de los santos, y nosotros nos unimos a ellos para alabar y bendecir al Señor, que os ha exaltado sobre todas las demás criaturas, y para ofreceros el obsequio de nuestra devoción y de nuestro amor.
Sabemos que vuestra mirada, que maternalmente acariciaba a la humanidad humilde y doliente de Jesús en la tierra, se sacia en el cielo a la vista de la Humanidad gloriosa de la Sabiduría increada; y que la alegría de vuestra alma, al contemplar cara a cara la adorable Trinidad, hace exultar vuestro corazón de beatífica ternura; y nosotros, pobres pecadores, a quienes el cuerpo retiene el vuelo del alma, os suplicamos que purifiquéis nuestros sentidos, a fin de que aprendamos desde aquí a gozar de Dios, sólo de Dios, en el encanto de las criaturas.
Confiamos en que vuestros ojos misericordiosos se inclinen sobre nuestras angustias, sobre nuestras luchas y sobre nuestras flaquezas; que vuestros labios sonrían a nuestras alegrías y nuestras victorias; que sintáis la voz de Jesús que os dice de cada uno de nosotros, como de su discípulo amado: “Aquí está tu hijo”, y nosotros, que os llamamos Madre nuestra, os escogemos, como Juan, por guía, fuerza y consuelo de nuestra vida mortal.
Tenemos la vivificante certeza de que vuestros ojos, que han llorado sobre la tierra regada con la sangre de Jesús, se volverán hacia este mundo, atormentado por la guerra, por las persecuciones y por la opresión de los justos y de los débiles, y entre las tinieblas de este valle de lágrimas, esperamos de vuestra celeste luz y de vuestra luz de piedad, alivio para las penas de nuestros corazones y para las persecuciones de la Iglesia y de la Patria.
Creemos, finalmente, que, en la gloria donde reináis, vestida de sol y coronada de estrellas, vos sois, después de Jesús, el gozo y la alegría de todos los Ángeles, de todos los Santos; y nosotros, desde esta tierra donde somos peregrinos, confortados con la fe en la futura resurrección, volvemos los ojos hacia vos, vida, dulzura y esperanza nuestra.
Atraednos con la suavidad de vuestra voz, para mostrarnos un día, después de nuestro destierro, a Jesús, fruto bendito de vuestro seno, ¡oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María.

Después del ejercicio de cada día se rezan las preces y la oración final.

DÍA 1. EL DOGMA DE LA ASUNCIÓN.

María subió al cielo en cuerpo y alma. Es ya un dogma de fe, definido por el papa Pío XII el 1 de Noviembre de 1950. Lo hizo desde el atrio exterior de San Pedro Vaticano, rodeado de 36 Cardenales, 555 Patriarcas, Arzobispos y Obispos, de gran número de dignatarios eclesiásticos y de una muchedumbre entusiasmada, de aproximadamente un millón de personas. Definió así solemnemente, con su suprema autoridad, este dogma mariano con la Bula Munificentissimus Deus: "Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial".

La Asunción de la Virgen en cuerpo y alma –afirma el mismo Papa- “es una verdad fundada en la Sagrada Escritura, profundamente arraigada en el alma de los fieles, confirmada por el culto de la Iglesia desde tiempos remotísimos, sumamente en consonancia con otras verdades reveladas, espléndidamente ilustrada y explicada por el estudio de la ciencia y sabiduría de los teólogos.”

Alegrémonos de este privilegio de la Inmaculada Madre de Dios, los que nos preciamos de ser sus hijos. Nuestra Madre está en el Cielo en cuerpo y alma: allí no espera. Avivemos en nosotros el deseo del cielo.

DÍA 2. LA MUERTE DE MARÍA

María murió; pero su muerte no fue ocasionada por enfermedad alguna corporal, sino por el grande amor de Dios que inflamaba su Corazón. Escuchemos la enseñanza de san Juan Damasceno: “La Madre de Dios no murió de enfermedad, porque ella por no tener pecado original no tenía que recibir el castigo de la enfermedad. Ella no murió de ancianidad, porque no tenía por qué envejecer, ya que a ella no le llegaba el castigo del pecado de los primeros padres: envejecer y acabarse por debilidad. Ella murió de amor. Era tanto el deseo de irse al cielo donde estaba su Hijo, que este amor la hizo morir.

Unos catorce años después de la muerte de Jesús, cuando ya había empleado todo su tiempo en enseñar la religión del Salvador a pequeños y grandes, cuando había consolado tantas personas tristes y había ayudado a tantos enfermos y moribundos, hizo saber a los Apóstoles que ya se aproximaba la fecha de partir de este mundo para la eternidad.

Los Apóstoles la amaban como a la más bondadosa de todas las madres y se apresuraron a viajar para recibir de sus maternales labios sus últimos consejos, y de sus sacrosantas manos su última bendición.

Fueron llegando, y con lágrimas copiosas, y de rodillas, besaron esas manos santas que tantas veces los habían bendecido. Para cada uno de ellos tuvo la excelsa Señora palabras de consuelo y de esperanza. Y luego, como quien se duerme en el más plácido de los sueños, fue Ella cerrando santamente sus ojos; y su alma, mil veces bendita, partió a la eternidad.”

Tengamos muy presente la verdad cierta de que hemos de morir, y así decidirnos a vivir bien ahora en el presente, agradando a Dios, dedicándonos a las buenas obras, y recibir un día el premio de la vida eterna y no ser condenados.

DÍA 3. LA VIRGEN NO SUFRIÓ LA CORRUPCIÓN DEL SEPULCRO.

El cuerpo de María después de la muerte. No sufrió corrupción alguna. No podía sujetarse a la corrupción un cuerpo que había dado a luz a un Dios hecho Hombre.

Así lo explica el Papa Pío XII: "Este privilegio -el de la Asunción de María- resplandeció con nuevo fulgor desde que Pío IX, definió solemnemente el Dogma de la Inmaculada Concepción. Estos dos privilegios están -en efecto- estrechamente unidos entre sí. Cristo, con su muerte, venció la muerte y el pecado; y sobre el uno y sobre la otra reporta también la victoria, en virtud de Cristo, todo aquél que ha sido regenerado sobrenaturalmente por el bautismo. Pero, por ley general, Dios no quiere conceder a los justos el pleno efecto de esta victoria sobre la muerte, sino cuando haya llegado el fin de los tiempos. Por eso también los cuerpos de los justos se disuelven después de la muerte, y sólo en el último día volverá a unirse cada uno con su propia alma gloriosa.” "Pero de esta ley general quiso Dios que fuera exenta la bienaventurada Virgen María. Ella, por privilegio del todo singular, venció al pecado con su Concepción Inmaculada; por eso no estuvo sujeta a la ley de permanecer en la corrupción del sepulcro, ni tuvo que esperar la redención de su cuerpo hasta el fin del mundo."

Alegrémonos por tan grande privilegio de la Virgen María, y recordando que “somos polvo, y en polvo nos convertiremos”, renovemos nuestra fe en la vida eterna y la resurrección de la carne, dando cada día muerte en nosotros al hombre viejo y viviendo la vida nueva de la gracia y la virtud.

Día 4. EL SEPULCRO DE LA VIRGEN MARÍA.

Según una antigua tradición, los Ángeles guardaron el sepulcro de María, entonando alegres cánticos en honor de Ella.

Escuchemos nuevamente la enseñanza de san Juan Damasceno: “La noticia cundió por toda la ciudad, y no hubo un cristiano que no viniera a llorar junto a su cuerpo, como por la muerte de la propia madre. Su entierro más parecía una procesión de Pascua que un funeral. Todos cantaban el Aleluya con la más firme esperanza de que ahora tenían una poderosísima Protectora en el cielo, para interceder por cada uno de los discípulos de Jesús.

En el aire se sentían suavísimos pero fuertes aromas, y parecía escuchar cada uno, armonías de músicas muy suaves. Pero, Tomás Apóstol, no había alcanzado a llegar a tiempo. Cuando arribó ya habían vuelto de sepultar a la Santísima Madre.

Pedro, – dijo Tomás- no me puedes negar el gran favor de poder ir a la tumba de mi madre amabilísima y darle un último beso a esas manos santas que tantas veces me bendijeron. Y Pedro aceptó.

Se fueron todos hacia el Santo Sepulcro, y cuando ya estaban cerca empezaron a sentir de nuevo suavísimos aromas en el ambiente y armoniosas músicas en el aire.

Abrieron el sepulcro y en vez de ver el cuerpo de la Virgen encontraron solamente… una gran cantidad de flores muy hermosas. Jesucristo había venido, había resucitado a Su Madre Santísima y la había llevado al cielo. Esto es lo que llamamos La Asunción de la Virgen María.

Y ¿quién de nosotros, si tuviera los poderes del Hijo de Dios, no hubiera hecho lo mismo con su propia Madre?”

En el último día, también nosotros resucitaremos. No nos olvidemos de orar y ofrecer sufragios por el eterno descanso de nuestros difuntos. Cuidemos y visitemos sus sepulturas, que además de ser una muestra de afecto, es una firme manifestación de fe en la verdad de la resurrección final. Recordemos a tantos que han caído en el absoluto olvido de todos.

DÍA 5. LA RESURRECCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA.

Pasados tres días de la muerte de María, su bendita alma volvió a juntarse con su cuerpo, resucitando a una vida gloriosa, para no morir ya jamás. Nosotros resucitaremos un día. ¿Cómo? Recordemos lo que nos enseña el Catecismo Romano:

Todos resucitaremos: los buenos y los malos. Sin embargo, no será igual la suerte de unos y otros; porque saldrán los que han obrado el bien para la resurrección de la vida, y los que han obrado el mal, para la resurrección del juicio.

Cada uno resucitará con el mismísimo cuerpo que tuvo durante la vida, aunque antes se hubiere corrompido y reducido a cenizas. Job había ya profetizado claramente esta verdad: En mi carne contemplaré a Dios. ¡Yo le veré, le verán mis ojos, no otros!

Resucitaremos con nuestro propio cuerpo, pues en él se ha de recibir el premio o el castigo según las obras de esta vida.

En la resurrección, nuestros cuerpos será íntegros y perfectos en lo natural, todo aquello que exige el decoro y perfección del hombre, sin defecto alguno, pues así como en el principio hizo Dios todas las cosas perfectas, así también sucederá en la última resurrección.

Nuestros cuerpos resucitados serán inmortales, libres de la ley de la muerte. Los cuerpos resucitados de los santos tendrán ciertas propiedades maravillosas, que les harán inmensamente más nobles y espléndidos que fueron antes de la resurrección. Los Padres, apoyándose en la doctrina de San Pablo, señalaron cuatro, llamadas dotes: Impasibilidad, Claridad, Agilidad y Sutileza.

El pensamiento de la resurrección, ya realizado en la Virgen Santísima, ha de ayudarnos a llevar una vida recta, íntegra y libre de pecado. Pensando en los inmensos tesoros que para entonces tenemos preparados, fácilmente nos animaremos a vivir santa y piadosamente. Pidamos la intercesión de la Virgen, para refrenar nuestros apetitos y apartarnos del pecado para no sufrir los suplicios y males con que serán castigados los condenados, que en el último juicio resucitarán para su condenación.

DÍA 6. LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA.

La gloria de que gozaba María se transfundió al cuerpo, y en cuerpo y alma subió al Cielo. ¡Qué entrada tan solemne hizo Ella!

El autor Joaquín Casañ Alegre, en su Vida de la Virgen dice: “María terminó su existencia terrenal cuando la voluntad de Dios su Hijo plugo a sus inescrutables juicios. Dejó la existencia terrenal y al Empíreo fue ascendida por la Trinidad Santísima, dejándonos a los hijos de Eva en este destierro, bajo su dulce amparo, siendo nuestra esperanza, nuestro consuelo y puerto en nuestras desgracias, que nos acoge siempre benévola cuando la fe y las lágrimas de nuestro corazón herido brotan de nuestros ojos, siendo el consuelo de los afligidos, la eterna salud de los enfermos que a Ella imploran, Reina y Señora de nuestros corazones y auxilio del alma cristiana en los naufragios de la vida y esperanza nuestra a la que encaminamos nuestras oraciones y ponemos por intercesora de su divino Hijo.

Pero si ascendió a los cielos, dejó para nuestro consuelo el perfume de su pura existencia, que seguirá reinando y embriagando de dulce amor y ardiente caridad a nuestras almas, en las que reina y reinará como eterna verdad, confesada por el amor de su Hijo, que la puso por Madre e intercesora entre los hijos de Adán, lavados de la culpa por su santísima sangre. Y María seguirá reinando en nuestras almas, y con el dulce nombre de Madre la invocaremos como Madre de nuestras almas. (…)

Ascendió a los cielos después de su glorioso tránsito, y allí, gozando de la presencia de su Santísimo Hijo, goza del premio de su pureza inmaculada, la que fue arca santa que encerró el cuerpo de Dios al descender a la tierra, siendo hermoso tabernáculo que gozó del privilegio incomparable de dar la existencia humana al Hijo de Dios.

María, nuestro amparo y Madre, acoge nuestro trabajo, llevado a cabo lleno de fe y esperanza en tu santa misericordia y que en tu honor y gloria te ofrecemos como ofrenda pobre, mezquina y pequeña de nuestro amor, y que a tus pies deponemos. Acoge nuestra ofrenda, hija del corazón, y ruega por nosotros a tu Santísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, nuestro Redentor y Salvador del pecado.”

DÍA 7. LA EXALTACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA.

Fue ella exaltada sobre todos los Ángeles. Mírala: Ella se llamaba esclava del Señor y ahora es declarada Reina y Señora de todo lo creado.

San Bernardo dice que María se ha humillado más que ninguna otra criatura y que, siendo Ella la más grande de todas, se ha hecho la más pequeña por el profundísimo abismo de su humildad. Por tal razón, María ha recibido la plenitud de la gracia y ha sido digna de ser Madre de Dios.

Así premia Dios a los que son humildes.

Contemplando a la Virgen humilde exaltada y glorificada por Dios, escuchemos el consejo que el santo Cura de Ars daba en uno de sus sermones: “Si el orgullo engendra todos los pecados, podemos también decir que la humildad engendra todas las virtudes. Con la humildad tendréis todo cuanto os hace falta para agradar a Dios y salvar vuestra alma; más sin ella, aun poseyendo todas las demás virtudes, será cual si no tuvieseis nada. (…) Si queremos ser bien recibidos de Jesucristo, es preciso que nos mostremos sencillos y humildes en todos nuestros actos.

«Esta hermosa virtud de la humildad, dice San Bernardo, fue la causa de que el Padre Eterno mirase a la Santísima Virgen con complacencia; y si la virginidad atrajo las miradas divinas, su humildad fue la causa de que concibiese en su seno al Hijo de Dios. Si la Santísima Virgen es la Reina de las Vírgenes, es también la Reina de los humildes».

DÍA 8. LA CORONACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA.

La Santísima Trinidad coronó a María con corona de poder, de sabiduría y de amor. El Padre Eterno la coronó, comunicándole su omnipotencia, por lo que podemos acudir a su intercesión sabiendo que no vamos a ser desatendidos. Dios Hijo le entregó la corona de sabiduría comunicándole el conocimiento más íntimo de su ser y su plan salvífico. El Espíritu Santo la coronó con corona de amor, por lo que en su Corazón hallamos a Dios y hay un lugar para nosotros.

San Juan contemplándola dice: “Apareció en el cielo una señal grande, una mujer envuelta en el sol, con la luna debajo de los pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas”. Así de hermosa aparece María en el cielo. Ella es Reina y Señora de toda la Creación, del cielo y de la tierra, de todos los corazones.

Ante Ella, rinden homenaje los Ángeles y todos los Santos.

Estremezcámonos de júbilo al pensar que es Madre nuestra y que está en el cielo para interceder por sus hijos de la tierra. El infierno tiembla al solo Nombre de María. Nada ni nadie puede resistir al poder de María.

Escuchemos la invitación del Papa Pío XII: “Empéñense todos en imitar, con vigilante y diligente cuidado, en sus propias costumbres y en su propia alma, las grandes virtudes de la Reina del Cielo y nuestra Madre amantísima. Consecuencia de ello será que los cristianos, al venerar e imitar a tan gran Reina y Madre, se sientan finalmente hermanos, y, huyendo de los odios y de los desenfrenados deseos de riquezas, promuevan el amor social, respeten los derechos de los pobres y amen la paz. Que nadie, por lo tanto, se juzgue hijo de María, digno de ser acogido bajo su poderosísima tutela si no se mostrare, siguiendo su ejemplo, dulce, casto y justo, contribuyendo con amor a la verdadera fraternidad, no dañando ni perjudicando, sino ayudando y consolando”.

DÍA 9. LA CONFIANZA EN LA VIRGEN MARÍA.

¿Quién no confiara en María al considerar su grande poder, su inmensa sabiduría y su grande amor hacia Dios y hacia nosotros?

Nuestra confianza en la Virgen agrada a Dios que nos ha confiado a su cuidado y así afirma San Anselmo que acudimos a Ella “para que la dignidad de la intercesora supla nuestra miseria. Por tanto, acudir a la Virgen no es desconfiar de la divina misericordia; es tener miedo de nuestra indignidad.”

Nuestra confianza en la Virgen brota también de que ella ha sido constituida como Medianera de todas las gracias. San Bernardo dice: ‘Así como nosotros no podemos acercarnos al Padre sino por medio del Hijo, que es mediador de justicia, así no podemos acercarnos a Jesús si no es por medio de María que es la mediadora de la gracia y nos obtiene con su intercesión todos los bienes que nos ha concedido Jesucristo".

Finalmente, “María es abogada tan clemente como poderosa, y que no sabe negar su protección a quien recurre a Ella.… Fue destinada por Dios para ser Reina y Madre de Misericordia, y como tal tiene que atender a los necesitados. ‘Reina sois de misericordia’, le dice San Bernardo; ‘¿y quiénes son los súbditos de la misericordia sino los miserables?’ Y luego el Santo, por humildad, añadía: ‘Puesto que sois, ¡oh Madre de Dios!, la Reina de la misericordia, mucho debéis atenderme a mí, que soy el más miserable de los pecadores.’”

Confiemos en María. Acudamos a su poderosa intercesión.

PRECES PARA TODOS LOS DÍAS:

Pida cada uno la gracia que se desea alcanzar por intercesión de la Virgen María...

1— Oh María, por vuestra santa muerte, alcanzadme una muerte libre de todo pecado. Amen.— Avemaría.

2— Oh María, por vuestra resurrección a una vida inmortal y gloriosa, obtenedme que resucite yo glorioso con los justos en el ultimo día. Amen.— Avemaría.

3— Oh María, por vuestra Asunción al Cielo, en cuerpo y alma, alcanzadme que logre yo salvar mi alma y gozar eternamente en vuestra compañía. Amen.— Avemaría.

4— Oh María, por vuestra exaltación sobre los Ángeles y por vuestro poder sobre los demonios, alcanzadme que venza al infernal enemigo y que sepa dominar mis pasiones. Amen.— Avemaría.

5— Oh María, por vuestra coronación sobre todo lo creado y por haber sido elegida Abogada de todos los hombres, alcanzadme una filial confianza en Vos y acordaos de mi en todas mis necesidades, peligros y tentaciones. Amén. — Avemaría.

ORACIÓN FINAL:

Oh Santísima Virgen María, que habéis sido exaltada sobre todos los coros de los Ángeles, miradnos compasiva a los que somos hijos vuestros y que luchamos aún en este valle de lágrimas y miserias. Salvad nuestras familias y a todos los pobres pecadores con vuestra poderosa intercesión. Amén.

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

Ave María Purísima, sin pecado concebida Santísima.

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