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lunes, 7 de octubre de 2019

NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO


Bartolo Longo, devoto ferviente de María, una noche vio en sueños a un amigo muerto años atrás que le dijo “Salva a esta gente, Bartolo. Propaga el Rosario. Haz que lo recen. María prometió la salvación para quienes lo hagan”

En el año 79 ocurrió la famosa erupción del Volcán Vesubio que sepultó a la pagana ciudad de Pompeya (Sur de Italia). Allí la aristocracia Romana gustaba pasar tiempo de recreo y fue sorprendida por la súbita destrucción.

A comienzos del siglo XIX se instalaron en la cercanía familias de campesinos que erigieron una humilde capilla. En 1872 llegó el abogado Bartolo Longo (beatificado el 26 de octubre de 1980), quien trabajaba para la Condesa Fusco, dueña de ésas tierras. Longo descubrió que, después de la muerte del sacerdote, ya no habían misas en la capilla y pocos seguían firmes en la fe.
Salva a esta gente Bartolo. Propaga el Rosario

Una noche Longo vio en sueños a un amigo muerto años atrás que le dijo “Salva a esta gente, Bartolo. Propaga el Rosario. Haz que lo recen. María prometió la salvación para quienes lo hagan”. Longo trajo de Nápoles muchos Rosarios para repartir.

Bartolo también animó a varios vecinos para que le ayuden a reparar la capilla. La gente comenzó a venir a rezar allí el rosario, cada vez en mayor número.

En 1878, Longo obtuvo de un convento de Nápoles un cuadro de Nuestra Señora entregando el Santo Rosario a Santo Domingo y Santa Rosa de Lima. Estaba deteriorado así que un pintor lo restauró. Este cambió la figura de la Santa Rosa por la de Santa Catalina de Siena. Puesta sobre el altar del Templo, aún inconclusa, la Sagrada imagen comenzó a obrar milagros.

El 8 de mayo de 1887, el Cardenal Mónaco de la Valleta colocó a la venerada imagen una diadema de brillantes bendecida por el Papa León XIII y el 8 de mayo de 1891, se llevó a cabo la Solemne Consagración del nuevo Santuario de Pompeya, que existe actualmente.

NOVENA A LA VIRGEN DE POMPEYA:
El Santo Padre Pío tenía gran devoción a la Santísima Virgen María bajo esta advocación y recomendaba rezar esta novena a sus hijas espirituales para alcanzar cualquier favor.

Oraciones para todos los días:

¡Oh Santa Catalina de Siena, mi protectora y maestra! Tú que proteges a tus devotos cuando rezan el Rosario de María, asísteme en este instante, y dígnate rezar conmigo la Novena en honor de la Reina del Rosario, que ha colocado el trono de sus favores en el Valle de Pompeya, para que por tu intercesión obtenga yo la gracia que deseo. Así sea.

V. Dios, venid en mi ayuda.
R. Señor apresuraos a socorrerme.
V. Gloria al Padre y al hijo y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre y por todos los siglos de los siglos. Así sea.

I. ¡Oh Virgen Inmaculada y Reina del Santo Rosario! en estos tiempos en que, apagada la fe en las almas, domina la impiedad, has querido levantar tu trono de Reina y Madre sobre la antigua Pompeya, morada de muertos paganos y desde aquel lugar, donde eran adorados los ídolos y demonios, Tú hoy, cual Madre de la Divina Gracia, derramas por doquiera los tesoros de las celestiales misericordias; ¡ah! desde aquel trono donde reinas vuelve, también a mí, oh María, esos tus ojos benignos, y ten piedad de mi, que tanto necesito de tu socorro. Muéstrate también conmigo cual te mostraste con tantos otros, verdadera Madre de misericordia, "Monstra te esse Matrem", mientras de todo corazón Te saludo e invoco por mi Soberana y por Reina del Santísimo Rosario. Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…

II. Mi alma rendida al pie de tu trono, oh grande y gloriosa Señora, te venera entre los gemidos y angustias que sobremanera la oprimen. En medio de las penas y agitaciones en que me hallo, levanto confiado los ojos hacia Ti, que te dignaste elegir para tu morada las campiñas de pobres y desamparados labriegos; y que frente a la ciudad y anfiteatro de deleites paganos, en donde reinan el silencio y las ruinas, cual Señora de las Victorias elevaste tu poderosa voz llamando de todas partes de Italia y del mundo católico a tus devotos hijos para que te levantasen un templo. ¡Oh! apiádate finalmente de está alma que yace aletargada bajo el polvo y las sombras de la muerte! Ten piedad de mi, ¡oh! Señora; ten piedad de mí que me hallo abrumado de miserias y humillaciones. Tú que eres exterminio de los demonios defiéndeme de los enemigos que me asedian. Tú que eres el Auxilio de los cristianos, sácame de las tribulaciones en que me hallo sumido. Tú que eres nuestra vida, triunfa de la muerte que amenaza mi alma en los peligros a que se halla expuesta. Devuélveme la paz, la tranquilidad, el amor, la salud. Así sea. Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…

III. ¡Ay!... el oír que tantos han sido colmados de favores sólo porque a Ti acudieron con fe, me infunde nuevo aliento y valor para llamarte en mi socorro. Tú prometiste a Santo Domingo que el que deseara gracias las obtendría con tu Rosario; y yo con el Rosario en la mano, te llamo, oh Madre, al cumplimiento de tus maternales promesas. Aún más: Tú misma, oh Madre, has obrado continuos prodigios para excitar a tus hijos a que te levantaran un templo en Pompeya. Tú, pues, quieres enjugar nuestras lágrimas y aliviar nuestros afanes; y yo con el corazón en los labios, con fe viva te llamo e invoco: ¡Madre mía! ¡Madre querida! ¡Madre bella!... ¡Madre dulcísima, ayúdame! Madre y Reina del Santo Rosario, no tardes más en tender hacía mí tu poderosa mano y salvarme; porque la tardanza, como ves, me llevaría a la ruina. Dios te salve, Reina y Madre de misericordia...

IV. ¿Y a quién he de acudir yo sino a Ti, que eres el alivio de los miserables, el refugio de los desamparados, el consuelo de los afligidos? ¡Ah, si; lo confieso: abrumada miserablemente mi alma bajo el enorme peso de las culpas, no merece más que el infierno y es indigna de recibir tus favores! Mas, ¿no eres Tú la esperanza de quién desespera, la poderosa Medianera entre Dios y el hombre, la Abogada ante el trono del Altísimo, el Refugio de los pecadores? ¡Ah, basta que digas una sola palabra en mi favor a tu Divino Hijo, para que Él te escuche! Pídele, pues, oh Madre, la gracia que tanto necesito… (se pide la gracia que se desea). Sólo Tú puedes obtenérmela. Tú que eres mi única esperanza, mi consuelo, mi alegría, mi vida. Así lo espero, así sea. Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…

V. ¡Oh Virgen y Reina del Santo Rosario! Tú que eres la Hija del Padre celestial, la Madre del Hijo divino, la Esposa del Espíritu Santo; Tú que todo lo puedes ante la Trinidad Santísima, debes obtenerme esta gracia para mi tan necesaria, a no ser que sea de obstáculo para mi eterna salvación... (aquí se especifica la gracia que se desea). Te la pido por la Concepción Inmaculada, por tu divina Maternidad, por tus gozos, por tus dolores, por tus triunfos. Te la pido por el Corazón de tu amoroso Jesús, por aquellos nueve meses que lo llevaste en tu seno, por los trabajos y sinsabores de su vida, por su acerba Pasión y Muerte de Cruz, por su santísimo Nombre y por su Sangre preciosísima. Te la pido, finalmente, por tu dulcísimo Corazón, por tu glorioso Nombre, ¡oh María! que eres Estrella del mar, Señora poderosísima, Puerta del paraíso y Madre de todas las gracias. En Ti confío.., todo lo espero de Ti: Tú me has de salvar. Así sea. Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…

V. Hazme digno de alabarte, oh Virgen Sagrada.
R. Dame fortaleza contra tus enemigos.
V. Ruega por nosotros, Reina del Santísimo Rosario.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

ORACIÓN: 
Oh Dios, cuyo Hijo Unigénito con su vida, muerte y resurrección nos adquirió el premio de la salvación eterna, concedenos, os suplicamos, que meditando estos misterios en el Santísimo Rosario de la bienaventurada Virgen María, imitemos las virtudes que contienen y alcancemos los bienes que prometen. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Así sea.

CONCLUIMOS CADA DÍA CON EL REZO DEL SANTO ROSARIO

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