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lunes, 1 de enero de 2018

MEDITACIÓN DE AÑO NUEVO DE PADRE PÍO



EL PRIMER DÍA DEL AÑO


“Oh Hermanos, empecemos hoy a hacer el bien pues no hemos hecho nada hasta ahora”. Estas palabras que el Seráfico Padre San Francisco aplicaba a sí mismo en su gran humildad, hagámoslas nuestras al iniciar este nuevo año. 

Verdaderamente no hemos hecho nada hasta ahora o por lo menos, muy poco. Los años se han sucedido entre auroras y ocasos sin que nosotros nos preguntásemos en qué los hemos empleado, si no hay nada que reparar, que agregar algo que quitar a nuestra conducta.
Hemos vivido sin pensar, como si un día el eterno juez no debiese llamarnos y pedirnos cuentas de nuestras obras y de como hemos empleado nuestro tiempo. En cambio deberemos rendir cuentas minuciosamente de cada movimiento de la gracia, de cada santa inspiración y de cada ocasión que se nos ha presentado de hacer el bien.

¡La más leve transgresión contra la ley de Dios será tomada en consideración! ¡Ay de nosotros! ¿No será hora de repetir espantados y aterrados por el justo Juicio de Dios: “oh montes, desmoronaos; oh tierra, abríos y tragadme, porque yo tiemblo en presencia del Altísimo”?

Y si después Dios tuviera que pronunciar esta condena: “vete siervo infiel al fuego eterno”, todo habrá terminado para nosotros definitivamente, o mejor dicho, empezará para nosotros un tiempo sin fin de atrocísimas penas y de indecibles espasmos. Entonces querríamos volver atrás un solo minuto en el pasado para reparar, para pagar.

Estaríamos contentos si pudiéramos permanecer en aquella cárcel horrenda siglos y siglos a condición de que se nos concediera volver a la Tierra a hacer mejor uso del tiempo. Sin embargo, una vez que suena nuestra última hora, nuestro corazón cesa de latir y todo habrá terminado para nosotros, sea el tiempo de merecer o de desmerecer.

La muerte nos encontrará tal cual nos presentaremos a Cristo juez. Nuestros gritos de súplica nuestras lágrimas y nuestros suspiros de arrepentimiento, que todavía sobre la tierra nos habrían servido para ganar el corazón de Dios y habríamos podido con la ayuda de los Sacramentos, hacernos Santos, hoy no valen nada, pues el tiempo de la Misericordia ha llegado a su término y ahora empieza el tiempo de la Justicia.

Una palabra sola, o mejor dos solas, resumen todo nuestro tiempo de mañana: ¡¡Nunca, nunca!! ¡¡siempre, siempre!! Nunca, nunca más podrá gozar la dulce visión de Dios, nunca más tendrás como amigos la Virgen Santísima y todos los Santos, nunca más tendrás a tu lado aquel Ángel custodio al cual un día te negaste a escuchar, revelándote a sus constantes y amorosas llamadas; nunca más te unirás a aquellas personas queridas que amaste sobre la tierra y de las cuales no supiste imitar la vida de santidad; nunca más te será concedido la gracia de ver a Jesús resplandeciente de gloria y venir a tu encuentro mostrándote las luminosas heridas de su Sagrados Miembros y de su adorado Costado, del cual manó toda la Sangre divina para redimirte. Más tú la pisoteaste cuando todo estaba en tu poder y te era la posible disfrutar de sus méritos para ti y para tantos pecadores como tú. Ahora pides e invocas una sola gota, pero ni hoy ni nunca te será concedida. Tú estarás siempre en compañía de los réprobos, tus ojos se aterrarán ante los más terrificantes espectáculos, tus oídos de las más inconcebibles y horrendas blasfemias todos tus sentidos eran martirizados de manera indefinible y tu alma que no podrá gozar ni ver a Dios su infinito bien, sumergida en la desesperación y en el dolor se maldecirá a sí misma y al Señor; todo esto ¡siempre, siempre!

¡Oh Dios del alma mía qué triste suerte me espera y yo no me decido a cambiar mi vida y atesorar el tiempo que tu bondad me concede! Quién está a tiempo, no lo deje transcurrir en vano, no postergue para mañana lo que puede hacer hoy; del bien de “mañana” están repletas las fosas. Y además ¿quién nos asegura que mañana viviremos? Escuchemos la voz de nuestra conciencia la voz del Real Profeta: “si hoy oyerais la voz del Señor no os tapéis las orejas” surjamos y aprovechemos, pues sólo el instante presente está en nuestro poder. No interpongamos tiempo entre instante instante, pues este no nos pertenece. Por la Gracia divina estamos viviendo el alba de un nuevo año este año del cual sólo el Señor sabe si veremos el fin, debe ser completamente empleado para reparar el pasado, a proponer para el futuro y para que junto con los buenos propósitos vayan las santa obras. ¡oh, si hagamos esto! que después de habernos procurado la eterna beatitud, habremos alegrado el corazón dulcísimo de Jesús y nos sentiremos empujados a hacer el bien a nuestros hermanos, los cuales estimulados por vuestro ejemplo, también caminaran por la senda de la justicia y del amor. Digamos a nosotros mismos plenamente convencidos de decir la verdad: alma mía empieza hoy a hacer el bien, pues no has hecho nada hasta ahora. Hagamos todo lo posible por movernos eficazmente en presencia de Dios. Repitamos a menudo a nosotros mismos: Dios me ve y como me ve me juzga. Hagamos que Él siempre vea en nosotros solo el bien. Prevengámonos contra el mundo y las pasiones que, como bestias feroces atentarán contra nuestro eterno bien y en nuestra debilidad no perdamos la confianza en la ayuda divina, pues aquel Dios que nos hemos propuesto ver y tener esculpido delante de nuestra mente, está siempre listo para venir a ayudarnos. Él siempre fiel a sus promesas al vernos combatir valientemente, mandará a sus Ángeles a sostenernos en la prueba. La palma de la gloria no está reservada sino a quien combate como un valiente hasta el final. 

Que empiece entonces este año nuestra santa batalla. Dios nos asistirá y coronará con un eterno triunfo. 
Deo gratias.

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